DOMINGO DE LA MISERICORDIA
A los ocho días, cuando ya estaba Tomás
con los demás apóstoles, Jesús se apareció de nuevo entre ellos para certificar
su resurrección. Ellos los apóstoles, que han sido
constituidos testigos autorizados de este gran acontecimiento para la historia
y para la humanidad. "Se apareció a Cefas (Pedro) y más tarde a los Doce,
después de apareció a más de quinientos hermanos juntos, la mayoría de los
cuales vive todavía, otros han muerto; después se apareció a Santiago, más
tarde a todos los apóstoles, y por último como a un aborto, se me apareció
también a mi (Pablo)" (1Co 15,5-8).
La resurrección de Jesús no es algo privado, que se origina sólo en la conciencia y en el corazón
de los creyentes. Es algo público, que han constatado muchos, de
distinta manera, en distintos lugares, coincidentes en una certeza:
"Verdaderamente ha resucitado".
Aquel que había sido condenado a la pena capital crucificado en la cruz,
después de ser azotado cruelmente, ha vencido la muerte rompiendo la piedra del
sepulcro, del que ha salido victorioso. La alegría de la resurrección inunda el
mundo entero.
Pero entre todas esas
apariciones, tiene especial significado la aparición al apóstol Tomás, que este domingo se proclama en el evangelio.
"Si no lo veo, no lo creo" había dicho Tomás cuando sus compañeros le
explicaban llenos de entusiasmo que Jesús el Maestro estaba vivo, había
resucitado. A los ocho días (al domingo siguiente) Jesús, lleno de misericordia, se acerca a Tomás y le
muestra sus llagas y su costado traspasado. Y Tomás
confiesa: "Señor mío y Dios mío". Esta incredulidad de Tomás es un
argumento para nuestra fe, pues ha provocado una condescendencia de Jesús, que
tanto agradecemos. Jesús en su inagotable misericordia
está dispuesto a mostrarnos una y otra vez sus llagas gloriosas para que veamos
que es Él, no otro, y que está vivo después de haber
pasado por la muerte. Nuestro encuentro con el sufrimiento se convierte en una
ocasión propicia para descubrir la presencia misteriosa del Señor resucitado.
En este Año de la
misericordia podemos esperar que Jesús tenga gestos de cercanía con cada uno de
nosotros, y también con aquellos que se resisten a creer. Jesús no le echa en cara nada a Tomás, simplemente se
muestra de nuevo, una y otra vez, incansablemente. La convicción nace de
dentro, no viene impuesta. La convicción es fruto de la gracia de Dios y de la
libertad del sujeto. Dios propone una y otra vez, el sujeto acoge este
testimonio de Jesús, de la Iglesia, de un cristiano coherente, hasta confesar:
Realmente Dios está aquí. Ese resultado es fruto de la misericordia, de un amor
más fuerte que todas las razones humanas, de un amor más fuerte que todas las
resistencias. La misericordia de Dios es un amor paciente, que no se cansa de
esperar.
Ha sido el gran Papa san Juan Pablo II el que ha
instituido esta fiesta de la Divina Misericordia en el segundo domingo de
Pascua, a partir de las revelaciones privadas de santa
Faustina Kowalska, monja polaca que él trato en su juventud. Este mensaje de la
misericordia divina es especialmente necesario para un mundo afligido por
tantas tensiones, guerras, persecuciones, venganzas. A partir del año 2000, este
segundo domingo de Pascua se designará en toda la Iglesia con el nombre de
"domingo de la Divina Misericordia". Juan Pablo II estaba
"tocado" por esta devoción, haciendo de su vida una ofrenda de amor
en favor del mundo entero. Dios vino a buscarle precisamente en esta fiesta
–murió el 2 de abril de 2005, fiesta de la Divina misericordia- y ha sido
beatificado (2011) y canonizado (2014) en la misma fiesta.
El Papa Francisco ha tomado esta línea de la
misericordia divina como lema de su pontificado, introduciéndonos este Año
especialmente en el ámbito de la
misericordia, que supera todos nuestros cálculos, pues se trata de un amor a la
medida de Dios.
La misericordia no se opone
a la justicia, sino a la venganza. Dios no reacciona ante el
mal, como suele hacer el hombre, sino que reacciona con su perdón
sobreabundante y con su misericordia. La misericordia de Dios incluye la
justicia y excluye incluso en el deseo todo tipo de venganza.
Recibid
mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández- Obispo
de Córdoba
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