«…Y ADORANDO QUEDÓ POSTRADO.»
DOS FINES DE UN OFICIO
A todas luces son la «honra» y el «provecho». No hay quien se mueva a servir a nadie, sino es por estos dos fines, juntos o separados.
Todos
esos «afectísimos», «incondicionales» y «seguros servidores», que se ofrecen
mutuamente en la convivencia social, lo son... «en tanto, en cuanto....», como
diría San Ignacio de Loyola ; velando entre celajes de saludos y sonrisas, sus
personales egoísmos.
Justo es decir que estos dos fines no
presiden, ni aun determinan, el Oficio nuestro de adorar. La Obra,
de la que somos Oficiales, no
tiene más que un solo y exclusivo fin: «adorar al Señor de noche en los
Tabernáculos de su Divina Eucaristía» (1),
Pero ese único fin,
limpio de afanes egoístas, se
resuelve a la postre en dos, convergentes ambos en las
almas fieles de los que adoran. Son la
«honra» y el «provecho», que resultan del 'Oficio de adorar, y
que ni buscan, ni pretenden los que adoran, por aquello de «no me tienes que
dar, porque te quiera...» (2), que pudiera ser lema excelso de nuestras
adoraciones; pero que, ni desestiman, ni rehúyen los que adoran. Y hacen bien.
Porque
esos dos fines, que no cuentan en el Oficio de adorar, ni han de entrar jamás
en el cálculo humano de los Adoradores, ajenos por vocación a cualquier sombra
de egoísmo, esos dos fines, que son más bien consecuencias del fin único, se
los señala Dios a ellos, y
son a modo de retribución superabundante, con la que Él se digna remunerar
desde lo alto a quienes, en el silencio y soledad, llevan a los reclinatorios
la consigna de «adorar por los que no adoran; bendecir, por los que blasfeman y
maldicen ; expiar los propios pecados... y desagraviar por todos los que en el
mundo se cometen...»
En Dios está, que quienes a esto vienen,
no se vayan de vacío. Y, por cierto, que no se van. Porque ya, de madrugada,
cuando les despide con la mejor dádiva, que es la de Sí mismo, «y excede todo
deleite», en la Bendición final con que los abraza su Cruz, deja El prendida
firmemente a la vida de sus Oficiales la doble condecoración, con la que los
distingue, que tiene visos de recompensa, que les hace... Son la «honra» de haberlos admitido a Su
audiencia nocturna confidencial, que es todo un
privilegio... y
el «provecho» del haber intimado con Él, que les da libre acceso
al arcano de sus infinitas Misericordias. ¿Queréis
mayor honra, ni mejor provecho?
CRUZ DE LA CRUZ, Adorador Nocturno Español (Madrid
1961)
(1) Artículo 1.0 del Reglamento de
la Obra.
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