TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

jueves, 15 de septiembre de 2016

REFLEXIONES PARA LA ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA



SEPTIEMBRE: LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

      “Y Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia Mi. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir” (Jn 12, 32-33).

 “Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo:

     … en Él está nuestra salvación, vida y resurrección; Él nos ha salvado y liberado” (Gál 6, 14).
      “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó a la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3, 13-14).
     Hasta el final de los tiempos, la Cruz de Cristo en el monte Calvario será una Luz que brille en las tinieblas del pecado y en la oscuridad del mundo; será el misterio en el que el hombre no penetrará nunca en la plenitud de su significado: el Amor de Dios manifestado en la Cruz de Cristo. Amor que alimenta toda nuestra vida de hijos de Dios en Cristo Jesús.
      “Dios nos manifiesta su amor en que, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros... Hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, cuando nosotros todavía éramos pecadores” (Rom 5, 8-10).
Ya desde pequeños nos han enseñado que:

“Todo fiel cristiano está muy obligado
a tener devoción  de todo corazón
a la Santa Cruz
porque en ella quiso morir para nos redimir”.

     La devoción que queremos vivir a la Cruz, nos manifiesta el amor de Dios y la gravedad de nuestro pecado; y a la vez nos permite vislumbrar el amor de Dios en Cristo Nuestro Señor. Contemplando a Cristo clavado en la Cruz se agranda nuestro corazón y, arrepentidos de nuestros pecados, nuestra alma se llena de vergüenza, de dolor, de pena por haber ofendido al Señor, por haberle amado tan poco y anhela amar de nuevo, y con nuevo corazón, a Quién vivió nuestra muerte por Amor.
     Besando la Cruz los mártires, hombres y mujeres, han entregado su vida a Cristo; adorando la Cruz tantos misioneros han convertido a pueblos enteros en todos los rincones de la tierra, porque han comprendido que Cristo murió en la Cruz para convencernos de que “Tanto amó Dios al mundo que le entregó su Hijo Unigénito”.
     Besando la Cruz tantos padres y madres de familia han encontrado la fortaleza necesaria para vencer, con una sonrisa, los malos momentos que en ninguna familia faltan.
      “Una Cruz. Un cuerpo cosido con clavos al madero. El costado abierto... Con Jesús quedan sólo su Madre, unas mujeres y un adolescente. Los apóstoles ¿dónde están? ¿Y los que fueron curados de sus enfermedades: los cojos, los ciegos, los leprosos?... ¿Y los que le aclamaron?... ¡Nadie responde! Cristo, rodeado de silencio.
     También tú puedes sentir algún día la soledad del Señor en la Cruz. Busca entonces el apoyo del que ha muerto y Resucitado. Procúrate cobijo en las llagas de sus manos, de sus pies, de su costado. Y se renovará tu voluntad de recomenzar, y reemprenderás el camino con mayor decisión y eficacia” (Josemaría Escrivá, Via Crucis).

“Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo…”

     En la Cruz, y con el Amor de Dios, descubrimos su ternura, su misericordia, la cercanía, que Dios quiere vivir con nosotros en su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.
     Desde la Cruz, el Señor nos entregó a María, su Madre, como Madre nuestra; y nos dio a Ella como hijos, para que nos cuide, nos proteja, y nos enseñe a estar firmes en medio de nuestras tribulaciones, de los obstáculos y de las contradicciones, que tantas veces nos encontramos en nuestro vivir cristiano.
     Cristo desde la Cruz nos abre los ojos del alma para que lleguemos a dar sentido a todos nuestros sufrimientos. Él sufre con nosotros y en nosotros, y nos dice que, unidos a Él, Él está con nosotros redimiendo el mundo. Y nuestros dolores se unen a sus padecimientos, para gloria de Dios Padre y redención del mundo. La Cruz es el gran signo de contradicción, y Cristo seguirá clavado en la Cruz hasta el final de los tiempos.
     Sobre cada Sagrario que custodia a Cristo vivo sacramentalmente en la Eucaristía, hay una cruz, un Crucificado. Él, que murió por nosotros, nos llama desde la Cruz y nos manifiesta todo Su Amor.

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
(Lope de Vega)

     María permaneció firme al pie de la Cruz y sostuvo en la fe a los apóstoles, a los discípulos, en espera del día glorioso de la Resurrección. A Ella le pedimos el día en la que la Iglesia celebra la fiesta de la Virgen de los Dolores: “Haz que su Cruz me enamore y que en ella viva y more de mi fe y amor indicio; porque me inflame y encienda, y contigo me defienda en el día del juicio” (Stabat Mater).
     Recemos por quienes quieren arrancar la Cruz de Cristo de las torres de las Iglesias, de los cruces de caminos,… en el afán de quitar del horizonte de su mirada cualquier señal del Amor de Dios; y pidamos al Espíritu Santo que nos dé un gran amor a la Cruz y al Crucificado: “Porque en ella quiso morir, para nos redimir”.

Cuestionario

¿Tengo en alguna pared de mi casa un Crucifijo al que pueda elevar mi mirada en cualquier momento?

¿Descubro en la Cruz el Amor misericordioso de Dios, y le manifiesto mi amor, mi fe, para calmar su sed?

¿Me arrepiento de mis pecados, y le pido perdón al Señor, al contemplar la Cruz?


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