SEPTIEMBRE: LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
“Y Yo, cuando sea levantado de la tierra,
atraeré a todos hacia Mi. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir” (Jn 12, 32-33).
“Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo:
… en Él está nuestra
salvación, vida y resurrección; Él nos ha salvado y liberado” (Gál 6, 14).
“Nadie ha subido al cielo sino el que bajó
del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó a la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que
cree en Él tenga vida eterna” (Jn 3, 13-14).
Hasta el final de los tiempos,
la Cruz de Cristo en el monte Calvario será una Luz que brille en las tinieblas
del pecado y en la oscuridad del mundo; será el misterio en el que el hombre no
penetrará nunca en la plenitud de su significado: el Amor de Dios manifestado
en la Cruz de Cristo. Amor que alimenta toda nuestra vida de hijos de Dios en
Cristo Jesús.
“Dios
nos manifiesta su amor en que, siendo todavía pecadores, Cristo murió por
nosotros... Hemos sido reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, cuando
nosotros todavía éramos pecadores” (Rom 5, 8-10).
Ya desde
pequeños nos han enseñado que:
“Todo
fiel cristiano está muy obligado
a tener
devoción de todo corazón
a la
Santa Cruz
porque
en ella quiso morir para nos redimir”.
La devoción que queremos vivir
a la Cruz, nos manifiesta el amor de Dios y la gravedad de nuestro pecado; y a
la vez nos permite vislumbrar el amor de Dios en Cristo Nuestro Señor.
Contemplando a Cristo clavado en la Cruz se agranda nuestro corazón y,
arrepentidos de nuestros pecados, nuestra alma se llena de vergüenza, de dolor,
de pena por haber ofendido al Señor, por haberle amado tan poco y anhela amar
de nuevo, y con nuevo corazón, a Quién vivió nuestra muerte por Amor.
Besando la Cruz los mártires,
hombres y mujeres, han entregado su vida a Cristo; adorando la Cruz tantos
misioneros han convertido a pueblos enteros en todos los rincones de la tierra,
porque han comprendido que Cristo murió en la Cruz para convencernos de que
“Tanto amó Dios al mundo que le entregó su Hijo Unigénito”.
Besando la Cruz tantos padres
y madres de familia han encontrado la fortaleza necesaria para vencer, con una
sonrisa, los malos momentos que en ninguna familia faltan.
“Una Cruz. Un cuerpo cosido con clavos al
madero. El costado abierto... Con Jesús quedan sólo su Madre, unas mujeres y un
adolescente. Los apóstoles ¿dónde están? ¿Y los que fueron curados de sus
enfermedades: los cojos, los ciegos, los leprosos?... ¿Y los que le aclamaron?...
¡Nadie responde! Cristo, rodeado de silencio.
También tú puedes sentir algún
día la soledad del Señor en la Cruz. Busca entonces el apoyo del que ha muerto
y Resucitado. Procúrate cobijo en las llagas de sus manos, de sus pies, de su
costado. Y se renovará tu voluntad de recomenzar, y reemprenderás el camino con
mayor decisión y eficacia” (Josemaría
Escrivá, Via Crucis).
“Nosotros hemos de gloriarnos en la
cruz de nuestro Señor Jesucristo…”
En la Cruz, y con el Amor de
Dios, descubrimos su ternura, su misericordia, la cercanía, que Dios quiere
vivir con nosotros en su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo.
Desde la Cruz, el Señor nos
entregó a María, su Madre, como Madre nuestra; y nos dio a Ella como hijos,
para que nos cuide, nos proteja, y nos enseñe a estar firmes en medio de
nuestras tribulaciones, de los obstáculos y de las contradicciones, que tantas
veces nos encontramos en nuestro vivir cristiano.
Cristo desde la Cruz nos abre
los ojos del alma para que lleguemos a dar sentido a todos nuestros
sufrimientos. Él sufre con nosotros y en nosotros, y nos dice que, unidos a Él,
Él está con nosotros redimiendo el mundo. Y nuestros dolores se unen a sus
padecimientos, para gloria de Dios Padre y redención del mundo. La Cruz es el
gran signo de contradicción, y Cristo seguirá clavado en la Cruz hasta el final
de los tiempos.
Sobre cada Sagrario que
custodia a Cristo vivo sacramentalmente en la Eucaristía, hay una cruz, un
Crucificado. Él, que murió por nosotros, nos llama desde la Cruz y nos
manifiesta todo Su Amor.
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
(Lope de Vega)
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
(Lope de Vega)
María permaneció firme al pie
de la Cruz y sostuvo en la fe a los apóstoles, a los discípulos, en espera del
día glorioso de la Resurrección. A Ella le pedimos el día en la que la Iglesia
celebra la fiesta de la Virgen de los Dolores: “Haz que su Cruz me enamore y
que en ella viva y more de mi fe y amor indicio; porque me inflame y encienda,
y contigo me defienda en el día del juicio” (Stabat Mater).
Recemos por quienes quieren arrancar la
Cruz de Cristo de las torres de las Iglesias, de los cruces de caminos,… en el
afán de quitar del horizonte de su mirada cualquier señal del Amor de Dios; y
pidamos al Espíritu Santo que nos dé un gran amor a la Cruz y al Crucificado:
“Porque en ella quiso morir, para nos redimir”.
Cuestionario
■ ¿Tengo en alguna pared de mi casa un Crucifijo al que pueda elevar mi
mirada en cualquier momento?
■ ¿Descubro en la Cruz el Amor misericordioso de Dios, y le manifiesto mi
amor, mi fe, para calmar su sed?
■ ¿Me arrepiento de mis pecados, y le pido perdón al Señor, al contemplar
la Cruz?
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