“PADRE ABRAHÁN, TEN
PIEDAD DE MÍ…”
¿De qué sirve ser el más rico del cementerio?
Jesús propone esta parábola a unos fariseos celosos de la Ley y los profetas,
amigos de Moisés y de Abrahán, pero que vivían con una cierta esquizofrenia
moral y espiritual.
Jesús
en primer lugar relativiza el valor del dinero
apelando a su poderío fugaz y a su gloria caduca. El dinero y todo lo que lo
rodea, no tiene la última palabra en esta vida, porque esa palabra postrera la
pronunciamos todos por igual, con la misma indigencia y fragilidad con la que
igualmente nacimos: Epulón y Lázaro eran iguales ante su origen y ante su
destino. El dinero y sus adláteres, no son la moneda para comprar el acceso en
la vida perdurable, sino que más bien será una gracia de Dios al alcance de
cualquiera que haya tenido corazón de pobre (hayan sido cuales hayan sido sus
arcas monetarias).
Lo segundo que destaca Jesús es la infinita diferencia entre el modo de
valorar que tiene Dios y aquellos fariseos burlones. Sólo
quien entra en la mirada de Dios puede descubrir su secreto, y sólo quien se
adentra en su Corazón comprende su riqueza, como el mismo Pablo descubrió
(Filp 3,7-8).
No bastaba saberse al dedillo las consejas
de la Ley y los Profetas. Hay un modo de ser creyente que es inútil: saber
cosas de Dios y no vivir conforme a lo que sabemos, encender una vela a Dios en
su día, reservándonos para nosotros y nuestros diablos el resto de la semana.
Epulón comprendió ya tarde la inutilidad de la basura de su vida, y quiso
enviar a un muerto a los suyos para hacerles ver la engañifa en la que vivían. Pero nadie escarmienta en cabeza
ajena. A lo más, queda uno asustado una breve temporada.
Curiosamente, Dios desde “sus valores”, lejos de ser un rival de los nuestros,
es su mejor exponente. Tenemos la experiencia cotidiana de cómo cuando nos
alejamos de la visión que Dios tiene de la vida, ésta se deshumaniza.
Por
eso
no es extraño que quienes aman el dinero y se burlan de los enviados de Dios,
no entiendan nada, se irriten e indignen, y hasta decidan matar al mensajero.
No, nuestro mundo
no necesita que vengan los muertos para darnos un susto incontestable, sino más
bien está necesitado de vivos,
de cristianos vivos que
desde la trama diaria de su existir enseñan a ver las cosas desde los Ojos de
Dios, y
amar la vida desde y como Él, ritmando nuestros latires con los de su Corazón,
valorando aquello que tiene valor para Él, lo que enajena y enfrenta, lo que
adormece e inhibe, y relativizando lo que corrompe y deshumaniza.
+ Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo
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