SEGUIR A JESÚS COMO DISCÍPULO
Dice el evangelio que “mucha gente
acompañaba a Jesús”. El paso del Señor, con sus milagros
admirables, con su enseñanza sorprendente, con su persona fascinadora, iba
arrancando “seguidores”, con toda la carga de entusiasmo y también de
ambigüedad. Él criticó el espejismo de una euforia masiva, porque la
comprensión de su Mensaje y la adhesión a su Vida no se mide por éxitos
estadísticos, sino por la fidelidad del corazón que es completamente
transformado. Sí, había mucha gente que iba tras Jesús, pero no todos por la
misma razón. Así, toda una gama de pretensiones ante Jesús: los curiosos de
toda movida novedosa, los celantes de toda tradicionalista ortodoxia, los
proscritos de todos los foros, los pudientes y satisfechos, los parias y
empobrecidos... Él se vuelve y pregunta: y tú, ¿por qué me sigues?
El
seguimiento cristiano y eclesial de Jesús tiene unos claros identificadores:
Seguir
a Jesús posponiendo los afectos, incluso los más sagrados:
padres, esposos, hijos, uno mismo. “Post-poner” significa precisamente
“poner-después”. No reprimir, ni sofocar, ni ignorar, sino situarlos después
de Jesús, vivirlos en Él y desde Él. Todo lo amable de la vida, hemos de
colocarlo en el Amor que el Señor es y que nos ha revelado. Ante Jesucristo,
absolutamente todo lo demás será siempre menos importante.
Seguir
a Jesús renunciando a todos los bienes, porque nadie puede servir
a dos señores con un corazón partido y dividido; allí donde está el tesoro de
una persona, allí es donde ella pone su corazón. Incluso en este nivel
meramente humano y administrativo de nuestros asuntos, la primacía de Dios nos
humaniza, evita el que fácilmente seamos víctimas, cómplices o gestores de
tanta corrupción campeante.
Y
por último, seguir a Jesús por su mismo camino, incluso ir con Él siguiéndole
hasta la cruz. Ser cireneos no es seguir a un ausente o a
un inexistente, arrastrando masoquistamente todos nuestros dolores y pesares o
los de los demás. Ser cireneos es caminar con Alguien que es al mismo tiempo
camino y caminante. Con todas las consecuencias, hasta el final.
Quien se aventura a seguir a Jesús,
aceptando su compañía de Maestro y Señor, comprobará que la vida no se le torna
sombría y plomiza después de tanta “post-posición”, sino que tendrá una
alegría que nadie le podrá quitar. Seguir a Jesús perdiéndolo todo, es la
apasionante y paradójica forma de encontrarlo todo, porque Jesús no es rival
más que de todo lo que pervierte, idolatra y deshumaniza el corazón. Seguimos
a un Dios vivo que ama la vida y nos enseña a vivirla.
+ Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo
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