“NO PODÉIS
SERVIR A DIOS Y AL DINERO”
Aparentemente
Jesús ensalza la habilidad de un administrador infiel. Pero hay que ser
cautos y afinar en aquello que viene ensalzado: no es la infidelidad, la
corrupción, sino la habilidad, la astucia de aquel administrador avispado. El
que es fiel en lo poco, lo será también en lo mucho. Que viene a decir: todo aquello que te
gustaría cambiar de un mundo demasiado cruel, empieza por cambiarlo en tu
propia casa, en tu corazón.
Y en verdad, ¿quién no se ha quejado alguna
vez de cómo va nuestro mundo a tantos niveles? La política, la economía, la
paz, la justicia, la familia, los ancianos, los jóvenes, y un largo etcétera en
donde ponemos contra las cuerdas a nuestra sociedad bastante inmoralizada y
desmoralizada. En todo lo cual no falta razón: se ha perdido el rumbo de muchas
cosas, se han abandonado impunemente muchos principios básicos, se han destruido tantos valores que no
eran negociables, se ha deshumanizado tanto nuestra humanidad.
Pero
caben dos salidas: caer
tanto en pesimismos deprimentes (todo es malo, “y cualquier
tiempo pasado fue mejor” que decía el poeta en su elegía) como en optimismos irresponsables (lo
importante es cambiar, arrasar, que no quede nada de lo anterior), o más bien, tener una mirada serena
sobre el mundo, sobre la vida, sobre el dolor, sobre el amor, sobre tantas
cosas que no van, y empezar a arreglarlas en uno mismo. El mundo nuevo, la
tierra nueva, empieza por mi casa, por mi propio corazón. Empecemos por lo poco, por lo pequeño, por
lo cotidiano, por lo nuestro. No es el gobierno de turno, ni los organismos
mundiales de vanguardia, ni el vaticano, ni los banqueros, ni los periodistas,
ni los sindicatos... quienes tienen que dar el pistoletazo de salida. El mundo
nuevo empieza más cerca de mí, en mis actitudes, en mis opciones, en mi modo
de escuchar, de atender, de proponer, de vivir.
La
llamada de Jesús es clara: no podemos tener dos patrones, dos
amos. O nos adherimos al
diseño de Dios, a
su proyecto de humanidad, de civilización del Amor, o
nos apuntamos a la barbarie en la que termina siempre toda
pretensión que censura algún aspecto del corazón del hombre. Sin Dios, sin este
“amo” tan especial que nos hace libres, es muy difícil hacer un mundo que sepa
a justicia, a limpieza, a paz, a respeto, a libertad, a felicidad. Metamos al Señor en nuestras cosas y
en nuestras casas,
sin fanatismos pero sin complejos. Porque sólo quien ama de verdad a Dios llega
a no despreciar al hombre hermano.
+ Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo
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