CADA HOMBRE ES UN
INVITADO
La liturgia de hoy -y sobre todo el
Evangelio- nos dice a cada uno, a cada hombre, que es “invitado”. A lo largo de
la historia se ha tratado de distintos modos -y se trata actualmente- de
expresar la verdad sobre el hombre, y de dar una respuesta a esta pregunta:
¿Quién es el hombre?
Cristo llama al hombre “el invitado” y lo manifiesta directamente en
algunas parábolas e indirectamente en todo el Evangelio.
El hombre es un “invitado” por Dios. No sólo ha sido llamado a la existencia
como todas las demás criaturas del mundo visible, sino que desde el primer
momento de su existencia y para todo el tiempo de su vida terrena, ha sido
invitado; invitado a un
“banquete”, o sea, a la intimidad y comunión con el mismo Dios,
más allá del ámbito de esta existencia terrena.
Esta
invitación es decisiva por lo que respecta a la dimensión cabal de la vida
humana. Al aceptar el hecho de ser “invitado”, el
hombre vuelve a encontrar la verdad plena sobre sí. Y descubre asimismo su
puesto justo entre los demás hombres. En esto consiste el significado
fundamental de la humildad de que habla Cristo en el Evangelio de hoy, cuando recomienda a los invitados a
la “boda” que no ocupen el primer puesto, sino el último, en espera del puesto
definitivo que les señalará el amo. "En
esta parábola está oculto un principio fundamental, o sea, que para
descubrir que ser hombre significa ser invitado, es
necesario dejarse guiar por la humildad. El juicio desatinado
sobre sí mismo ofusca en el hombre lo que está inscrito profundamente en su humildad,
es decir el misterio de la invitación que viene de Dios
San Juan Pablo II, pp
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