AGOSTO: LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA AL CIELO
En María, Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo, adelanta la plenitud de la santificación del mundo. Realiza todos sus deseos de creación, de
redención, de santificación de la criatura humana. María, Asunta al Cielo es la
obra perfecta y consumada de Dios,
“Terminado el curso de su vida en la tierra,
María fue asunta en cuerpo y alma al Cielo”.
María ha recibido en su seno a
Dios Hijo en su venida a la tierra. Hoy contemplamos a Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo, que acoge a Santa María, “terminado el curso de su vida en la
tierra", para vivir eternamente con Él en el Cielo, y para gozo de los coros
celestiales.
“Hay alegría entre los ángeles y entre los
hombres. ¿Por qué este gozo íntimo que advertimos hoy, con el corazón que
parece saltar del pecho, con el alma inundada de paz? Porque celebramos la
glorificación de nuestra Madre y es natural que sus hijos sintamos un especial
júbilo, al ver cómo la honra la Trinidad Beatísima” (San Josemaría Escrivá, Es Cristo que
pasa, n. 171).
“María ha sido
llevada por Dios, en cuerpo y alma, a los cielos: ¡y los Ángeles se alegran!”
Los Ángeles y los Arcángeles
se alegran de verla; la contemplan; y nosotros nos unimos a su gozo y al de
toda la creación. La contemplan; y nos invitan a que pongamos en Ella nuestra mirada, para que un día, podamos también nosotros estar
eternamente con Ella en el Cielo, y ver realizado el sueño de Dios sobre todas
sus criaturas: vivir eternamente con sus hijos, los hombres, acompañados de su
Madre y nuestra Madre, María.
“Y en el Cielo,
María nos invita a todos a renovar nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra
caridad”.
Nuestra fe, porque Ella es la primera criatura que vive en
su cuerpo y en su alma la Resurrección de Cristo; la primera criatura que vive
la resurrección de la carne, y que contempla cara a cara a Dios, en el Cielo,
en su cuerpo glorioso. “En María elevada al Cielo, plenamente partícipe de la
Resurrección de su Hijo, contemplamos la realización de la criatura humana
según el “mundo de Dios” (Benedicto
XVII; 15-VIII-2010).
Nuestra esperanza, porque ya en el Cielo, nos muestra que Dios es fiel en sus promesas, que cumple sus palabras. Dijo Jesús: “Ésta es la vida eterna, dijo Jesús, que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado” (Jn 17, 3); y con Ella no perderemos jamás la esperanza de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Esperanza, porque su mirada materna nos transmite el amor que Dios nos tiene, y llena nuestra alma del Espíritu Santo, como ocurrió cuando visitó a su prima santa Isabel.
Nuestra esperanza, porque ya en el Cielo, nos muestra que Dios es fiel en sus promesas, que cumple sus palabras. Dijo Jesús: “Ésta es la vida eterna, dijo Jesús, que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien Tú has enviado” (Jn 17, 3); y con Ella no perderemos jamás la esperanza de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Esperanza, porque su mirada materna nos transmite el amor que Dios nos tiene, y llena nuestra alma del Espíritu Santo, como ocurrió cuando visitó a su prima santa Isabel.
Nuestra caridad, y para darnos una caridad que nos mueva a perdonar y a amar a todos, con el amor con que nos ama su Hijo Jesucristo. Nos hace partícipes de la caridad que llevó a su corazón a perdonar a los que crucificaron a su Hijo y a rezar por ellos. Y a rezar y a perdonar por todos los que de una manera u otra le ofenden.
Madre de Dios y Madre nuestra.
Desde el Cielo, con su tierna mirada de madre amorosa, nos envía el Espíritu
Santo para que renovemos nuestra fe en la vida eterna, y prepare nuestro
corazón para acogerlo.
“Ella ha entrado
definitivamente en la Gloria del Cielo. Pero esto no significa que esté lejos,
que se separe de nosotros; María, por el contrario, nos acompaña, lucha con
nosotros. Sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal” (Papa Francisco, 15-VIII-2013).
En el Cielo, la Virgen María intercede
por las almas benditas del Purgatorio, para
que lleguen a gozar de Dios eternamente. Pongamos en sus manos las almas de nuestros seres queridos difuntos, para que sea para todos la puerta del Cielo. Y
María quiere ser “puerta del cielo” también para nosotros, que peregrinamos en
la tierra, porque nos hace descubrir la alegría de Cristo Misericordioso, al
perdonar nuestros pecados.
“Contemplando el misterio de tu Asunción,
oh María, aprendemos a valorar las realidades terrenas en su justa luz.
Ayúdanos a no olvidar nunca que nuestra verdadera y definitiva morada es el
Cielo y a sostenernos en el esfuerzo de hacer nuestra convivencia aquí abajo
cada vez más fraterna y solidaria. Haznos agentes de justicia y artífices de
paz en el nombre de Cristo, nuestra auténtica paz” (San Juan Pablo II, 15-VIII-96).
María, asunta en el Cielo, es para todos
sus hijos peregrinos en la tierra la luz, la aurora que anuncia el amanecer que
esperamos; la Luz que ilumina la tiniebla de
nuestro corazón pobre y limitado.
Cuestionario
■ ¿Me alegro al contemplar a la Virgen Santísima, ya en el Cielo, en cuerpo
y alma gloriosos?
■ Me doy cuenta de que la devoción a la Madre de Dios prepara mi corazón
para recibir con docilidad al Espíritu Santo?
■ Si el diablo me tienta con la tristeza, ¿acudo a Santa María consciente
de que Ella es Madre misericordiosa y Causa de nuestra alegría?
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