MAYO: MES DE LA SANTÍSIMA
VIRGEN MARÍA
Con san Bernardo digamos humildemente, “de María nunca hablaremos bastante,
nunca la amaremos bastante, nunca la ensalzaremos como merece”.
Dios Padre ha contemplado a María y la ha
escogido para ser Madre de Dios Hijo, y María ha concebido en su vientre a Dios
Hijo, por obra y gracia de Dios Espíritu Santo.
“…ha hecho en mí
maravillas el Todopoderoso,”
En el
canto del Magníficat, la Virgen Santísima da gracias a Dios, “porque ha visto
la humildad de su esclava”, me llamarán bienaventurada todas las generaciones,
porque ha hecho en mí maravillas el Todopoderoso, cuyo nombre es santo” (Lc 1, 48-49).
Contemplémosla ahora nosotros, para
descubrir esas “maravillas” que Dios ha hecho en Ella. Y en este mes de mayo le
pedimos gracias al Espíritu Santo para que nos ayude a alegrarnos con María y a
dar también nosotros gracias a Dios por esas “maravillas”.
La primera maravilla, la Inmaculada Concepción. María es
liberada del pecado original en el mismo instante de ser concebida. Dios quiso
llevar a cabo por adelantado en María la obra de la redención, que iba a
realizar Cristo para toda la humanidad.
Criatura, con las debilidades
y limitaciones de cualquier criatura, Dios la ha preservado del pecado, para que la encarnación de su Hijo, no
fuera solamente en Ella, sino de Ella; para que Cristo, que iba a cargar con los
pecados de todos, que iba ser hecho Él mismo “pecado”, naciera y se engendrara
de una carne nunca manchada por el pecado.
Con esta “maravilla”, Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo prepara la Encarnación de Jesucristo; y al dárnosla como Madre,
hace de Ella el “refugio de nosotros, pecadores”. Con Ella no pecamos; y, si
pecamos, mueve nuestra alma para arrepentimos y para acudir a la misericordia
de Dios, y pedir perdón. Con Ella preparamos nuestra alma para que Cristo nazca
en nosotros, y seamos de verdad hijos de Dios.
Madre de Dios, es la segunda maravilla
que Dios hizo en María. El Hijo de Dios no se limita a “nacer en María”; se engendra en María y
de María. María alimenta con su naturaleza y en sus entrañas al Hijo de Dios. Y
como la Encarnación tuvo lugar “por obra y gracia del Espíritu Santo”,
sabiéndonos hijos de María, la acogeremos con el amor filial con que la
recibieron Zacarías, Isabel y su hijo Juan, cuando fue a visitarles, y
quedaremos, como ellos, llenos del Espíritu Santo. Nuestras oraciones a
Santa María llenan también nuestra alma, del Espíritu Santo, para que vayamos
creciendo en la conciencia de conocer mejor lo que somos; y así, nuestra
conversión será plena y profunda: hijos de Dios en Cristo Jesús, con Santa María.
La devoción a la Virgen hace
posible que nuestra alma acoja su calor maternal; y en este calor maternal,
crezca y se arraigue la filiación divina.
La Asunción de la Virgen al Cielo, en
cuerpo y alma, es la tercera maravilla de Dios con su Madre. Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo adelantan los tiempos, los llenan de eternidad. Y si en
el nacimiento de la Virgen preservó a María de la mancha del pecado original, ahora vuelve a adelantar en Ella la
Resurrección de la Carne anunciada para el final de los tiempos. En Ella, el tiempo
es ya gozosa eternidad.
En
este Año de la Misericordia hacemos nuestras las palabras del papa Francisco:
“El pensamiento se dirige ahora a la Madre
de la Misericordia. La dulzura de su mirada nos acompaña en este Año Santo,
para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Nadie como
María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre. Todo en su
vida fue plasmado por la presencia de la misericordia hecha carne. La Madre del
Crucificado Resucitado entró en el santuario de la Misericordia divina porque
participó íntimamente en el misterio de su amor” (Misericordiae Vultus, n. 24).
“…y su misericordia
llega a sus fieles…”
Reina del Cielo, y en la Tierra, Reina
de las Familias. El amor a la Virgen da vida a
cada hogar, para que se mantenga siempre vivo en él el fuego del Espíritu Santo, el amor de
Dios. María es la criatura que, como Madre, Hija y Esposa, ha vivido en la
tierra y vive en el Cielo, en familia con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Rezar en familia un misterio
del Rosario, el Rosario, una oración ante un cuadro de la Virgen, es un buen
camino para que el Amor esté siempre vivo, encendido, entre esposo y esposa,
padres e hijos, hijos y hermanos.
“Madre nuestra, tú has traído
a la tierra a Jesús, que nos revela el amor de nuestro Padre Dios; ayúdanos a
reconocerlo en medio de los afanes de cada día; remueve nuestra inteligencia y
nuestra voluntad, para que sepamos escuchar la voz de Dios, el impulso de la
gracia” (Josemaría Escrivá, Es Cristo que
pasa, n. 174).
Con María, cada familia se convierte en casa de Dios, en templo de Dios, en
hogar de Dios.
Cuestionario
■ ¿Rezo con devoción el Santo Rosario, y contemplo,
de la mano de la Virgen María, las escenas de la vida de Jesús?
■ ¿Pido ayuda a la Santísima Virgen para recibir con mayor devoción a su
Hijo Jesucristo, en la Sagrada comunión?
■ ¿Tengo en mi casa un cuadro, una pequeña imagen
de Santa María, de la Sagrada Familia, y la saludo al entrar y salir?
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