JESÚS ASCIENDE A LOS CIELOS
La fiesta de la Ascensión del Señor señala la
entronización de Jesús como Señor y Rey a la derecha del Padre para interceder
por nosotros y para venir glorioso al final de los
tiempos, cuando todo le sea sometido, incluso la muerte. Es una fiesta de
gloria, es una fiesta de victoria, es una fiesta muy gozosa.
A los
cuarenta días de su resurrección, Jesús
subió al cielo. Es decir, dejó de ser visto por sus apóstoles, que nos
enseñaron a esperarlo hasta su venida gloriosa. La ascensión de Jesús al cielo inaugura una etapa de comunicación fluida
entre el cielo y la tierra. Desde entonces, el cielo no es algo
lejano. Tenemos allí, junto al Padre, a uno de nuestra propia carne, el enviado
del Padre para redimir a los hombres por su sangre en la Cruz.
Y desde el cielo tira de todos nosotros como hacia la patria que nos espera.
Pensar en el cielo no nos hace ajenos a la tierra, no nos distrae de los
problemas de este mundo, no nos hace extraños a la misión que se nos ha
encomendado. Pensar en el cielo es vivir en la realidad, hemos nacido para el cielo. Por el
contrario, prescindir de este aspecto de nuestra existencia es como si nos
aserraran la cabeza para caber en las medidas de este mundo, es como achatar
nuestra figura para quedar reducidos a lo puramente mundano.
La ascensión del Señor nos hace mirar a lo alto, mirar al cielo a donde Jesús se ha ido para atraernos a
todos hacia él. Mirar al cielo es levantar el vuelo de
nuestras aspiraciones y ensanchar el horizonte de nuestra vida. Mirar al cielo
es lo propio de quien espera una vida mejor después de la vivida en la tierra,
el que espera la vida eterna.
María
santísima ya está con su hijo Jesús en el cielo, en cuerpo y alma.
Celebramos esta fiesta el 15 de agosto. Y no podía ser de otra manera, que la
que nos ha dado la alegría de la salvación no conociera la tristeza del
sepulcro. Los demás santos han volado en el espíritu hasta el cielo, mientras
su cuerpo espera la resurrección gloriosa en el último día. La muerte señala el
paso de la tierra al cielo, no es por tanto el final, sino el tránsito doloroso
hacia una situación mejor, el cielo que nos espera.
Si somos, por tanto, ciudadanos del cielo que todavía viven en la etapa
terrena, debemos vivir con Cristo que está sentado junto al Padre. Esa es nuestra morada. Con
esta certeza y con esta esperanza, nos ponemos a la tarea de cada día, cuya
meta es llevar a Jesucristo a todos los hombres e ir transformando este mundo,
haciéndolo cada vez más parecido al cielo. Las ideas marxistas dicen que si
miramos al cielo, nos desentendemos de la tierra. Nada más falso. Precisamente
los santos son los que han tenido más capacidad para transformar la historia y
llenarla de amor, porque su corazón ha estado lleno de Dios. Otras ideologías
de hoy prescinden de esta dimensión, que la consideran ilusoria o como muy a
largo plazo. Y sin embargo, cada uno de nuestros actos adquiere una dimensión
inmensa si actuamos en la perspectiva del cielo, como nos enseñan los santos.
Fiesta de la Ascensión, para subir al
cielo con Jesús. Que esta fiesta ensanche nuestro corazón,
lo llene de esperanza y nos abra un horizonte que no tiene fin. Cristo ha vencido la muerte y nos
garantiza la victoria sobre todos los males de nuestro mundo. Él es
nuestra esperanza. Su victoria es nuestra victoria. Gocemos con él por su triunfo en este día
y sepamos descubrir esta victoria en los múltiples contratiempos de la vida.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández - Obispo
de Córdoba
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