MAYO
2016
«Pondrá su morada entre ellos y ellos
serán su pueblo, y
Él, "Dios-con-ellos”: será su Dios» (Ap 21,3).
Siempre ha sido este el deseo de Dios: poner su morada entre nosotros,
su pueblo. Ya las primeras páginas de la Biblia nos lo muestran descendiendo
del cielo, paseando por el jardín y conversando con Adán y Eva. ¿No nos creó
para esto? ¿Qué desea el que ama sino estar con la persona amada? El libro del
Apocalipsis, que escruta el proyecto de Dios sobre la historia, nos da la certeza
de que el deseo de Dios se realizará en plenitud.
Él ya comenzó a poner su morada en medio de nosotros cuando vino
Jesús, el Emmanuel, el «Dios-con-nosotros». Y ahora que Jesús ha resucitado, su
presencia ya no está limitada a un lugar ni a un tiempo: se ha extendido al
mundo entero. Con Jesús comenzó la construcción de una nueva comunidad humana
muy original, un pueblo compuesto por muchos pueblos. Dios no solo quiere
habitar en mi alma, en mi familia y en mi pueblo, sino entre todos los pueblos,
llamados a formar un solo pueblo. Por otra parte, la actual movilidad humana
está cambiando el mismo concepto de pueblo. En muchos países el pueblo está
compuesto ya por muchos pueblos.
Somos muy diferentes por color de piel, cultura y religión. Muchas
veces nos miramos con desconfianza, recelo o miedo. Hacemos la guerra unos
contra otros. Pero Dios es Padre de todos, nos ama a todos y a cada uno. No
quiere habitar con un pueblo -«por supuesto, el nuestro», podríamos pensar- y
dejar solos a los demás pueblos. Para Él somos todos hijos e hijas suyos, una
única familia.
Así pues, guiados por la
Palabra de vida de este mes, ejercitémonos en apreciar la diversidad, en
respetar al otro, en mirarlo como una persona que forma parte de mí: yo soy el
otro y el otro es yo; el otro vive en mí y yo vivo en el otro. Comenzando por
las personas con las que vivo cada día. De este modo podemos hacer sitio a la
presencia de Dios entre nosotros. Y Él recompondrá la unidad, salvaguardará la
identidad de cada pueblo, creará una nueva «socialidad».
«Pondrá su morada entre ellos y ellos
serán su pueblo, y
Él, "Dios-con-ellos”: será su Dios»
Así lo intuyó Chiara Lubich ya en 1959, en una página de extrema
actualidad y de increíble profecía: «El día en que los hombres -pero no en cuanto
individuos, sino en cuanto pueblos [...] sean capaces de posponerse a sí
mismos, de posponer la idea que tienen de su patria, [...] y esto lo hagan por
ese amor recíproco entre los Estados que Dios pide (lo mismo que pide el amor
recíproco entre los hermanos), ese día será el comienzo de una nueva era,
porque ese día [...] se hará vivo y presente Jesús entre los pueblos [...].
ȃstos son tiempos en los que cada pueblo ha de traspasar sus propias
fronteras y mirar más lejos. Ha llegado el momento de amar la patria de los
demás como la nuestra. Nuestros ojos tienen que adquirir una nueva pureza. No
basta con desapegarnos de nosotros mismos para ser cristianos. Hoy los tiempos
exigen al seguidor de Cristo algo más: una conciencia social del cristianismo
[...].
»[...] nosotros esperamos que el
Señor tenga piedad de este mundo dividido y disperso, de estos pueblos
encerrados en su propio cascarón contemplando su belleza -única para ellos-
limitada e insatisfactoria, defendiendo con uñas y dientes sus tesoros
-incluidos tantos bienes que podrían hacer falta a otros pueblos que se mueren
de hambre- y haga caer las barreras y que fluya ininterrumpidamente la caridad
entre una tierra y otra, como un torrente de bienes espirituales y materiales.
»Esperemos que el Señor componga un orden nuevo en el mundo: Él, el
único capaz de hacer de la humanidad una familia y de cultivar la diversidad
entre los pueblos para que en el esplendor de cada uno puesto al servicio de
los demás, resplandezca la única luz de vida que embellece la patria terrenal y
la convierte en antesala de la Patria eterna».
Fabio Ciardi
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