EN LA
EUCARISTÍA NO VENERAMOS UNA IMAGEN, SINO AL MISMO JESÚS
“Glorifica
al Señor Jerusalén, alaba a tu Dios Sión”. Con estas palabras del
salmo 147, con que el pueblo de Israel bendecía a Dios después de librarle del
hambre en tiempo de sequía, nos señala la liturgia las actitudes de adoración,
gratitud y alabanza con que la Iglesia, nuevo
Pueblo de Dios, celebra hoy la solemnidad del Santísimo Corpus Christi, (…)
La
Eucaristía es el sacramento de la presencia amorosa de Cristo en medio de
nosotros. El Señor está presente en el mundo de múltiples
modos: a través de su Palabra, en las comunidades que se reúnen en su nombre,
en los ministros que le representan y en cada uno de nuestros hermanos. (…)
En la Eucaristía no
veneramos una imagen, sino al mismo Jesús, vivo, glorioso, resucitado, presente
entre nosotros de manera real, verdadera y sustancial. En ella cumple su promesa de estar “con nosotros
todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). En ella
se nos hace cercano, amigo y compañero de camino.
En la Eucaristía el Señor no es un objeto
de museo cuya belleza nos es dada contemplar. Jesucristo está presente en ella
con todo el poder y la gloria del resucitado, con todo el dinamismo de su
divinidad. Desde su ocultamiento en las especies de pan y vino es el cauce
permanente de la efusión del Espíritu en la Iglesia y en el mundo. En esta
mañana del Corpus Christi, honramos en nuestras calles esta presencia divina
tan cercana y festejamos llenos de gratitud con nuestros cantos a quien ha
querido quedarse para siempre entre nosotros en el sacramento de la Cena.
En la Eucaristía el Señor está presente
corporalmente y tiene derecho a esperar de nosotros una
correspondencia proporcionada. Todo lo que
somos, incluso nuestra dimensión corporal, debe implicarse en el culto de adoración al Santísimo
Sacramento. No nos cansemos de acudir
cada día a visitarlo, de doblar las rodillas para adorarlo, de pasar largas
horas ante esta presencia estimulante y alentadora, que además abre nuestra
vida a una perspectiva de eternidad, porque la Eucaristía es prenda y anticipo de la
gloria, en la que estaremos eternamente con el Señor.
(…) La
Eucaristía es además mesa santa en la que el Señor se convierte en alimento del
caminante, viático del peregrino y banquete en el que el Señor nos invita a
participar cuando nos dice: “En
verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no
bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53). Efectivamente, en la última cena Jesús instituye la
Eucaristía también como banquete y alimento. Lo hace después de proclamar el
mandamiento nuevo y de lavar los pies a los Apóstoles. Con este gesto nos
presenta un programa de vida basado en el amor, la entrega a los hermanos, el
perdón y el espíritu de servicio. Cuando el Señor propone una tarea, da también
la fuerza necesaria para cumplirla. La tarea del amor servicial sólo es posible
vivirla con la gracia y la fuerza interior que nos brinda la Eucaristía. Jesús,
que se nos entrega en este sacramento, por medio de su Espíritu, infunde en
nuestros corazones su propio amor para que hagamos de nuestra vida una donación
de amor, para que seamos justos y pacíficos, para que trabajemos por la
justicia y por la paz, para que seamos capaces de perdonar, acoger y servir.
En la solemnidad del Corpus
Christi la Iglesia en España celebra el día de Cáritas,
el día nacional de la caridad, en este año bajo el lema “Vive la misericordia. Deja
tu huella”. Como bien sabéis, queridos
hermanos y hermanas, los siete últimos años están siendo especialmente duros
para los pobres, los parados, los inmigrantes, los sin techo, y para cientos de
familias que sufren las consecuencias de la grave crisis económica de estos
años, presentes todavía en nuestros barrios. Los técnicos de Caritas nos dicen
que en determinados sectores la pobreza se está cronificando, como nos dicen
también que, junto con Rumanía, España está a la cabeza de la pobreza infantil
en Europa. Nos señalan también que la emergencia social, que genera tanto
dolor, sufrimiento y desesperación no está en absoluto superada. Nuestra
participación en la Eucaristía exige de nosotros, más que nunca en este Año
Jubilar de la Misericordia, signos de misericordia y compasión, signos de
fraternidad, un género de vida más austero, por solidaridad con los que nada
tienen y para poder compartir con ellos no sólo lo que nos sobra, sino incluso
aquello que estimamos necesario.
No quiero
terminar mi homilía sin recordaros que para acercarnos a este sacramento son
necesarias las disposiciones interiores. Nadie puede acceder a él con conciencia
cierta de pecado grave. Por ello, en este Año de la Misericordia, con el papa Francisco
hemos de
recordar a todos que el sacramento de la penitencia, instituido por
Jesucristo para el perdón de los pecados, está íntimamente ligado al sacramento
del cuerpo y de la sangre del Señor. Después del bautismo y de la eucaristía no hay
sacramento más hermoso, ni de más interés pastoral. Queridos hermanos
sacerdotes: comencemos valorando y estimando nosotros este sacramento para que
lo valoren los fieles.
(…) Gracias
a este sacramento, podemos acercarnos dignamente al sacramento del altar, al
que en esta mañana veneramos y honramos en nuestras calles con el culto de
nuestras vidas, con nuestras aclamaciones y con nuestros cantos proclamando que
Dios está aquí; venid adoradores, adoremos a Cristo redentor. Amén.
+ Juan José Asenjo Peregrina, Arzobispo de Sevilla
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