Domingo de resurrección, último día del triduo
El domingo
de resurrección fundamentalmente es una
vigilia, la vigilia pascual. La
pascua del Éxodo era ya noche de vigilias en honor de Yavé (Ex 12,42). El
apócrifo Epístola Apostolorum (s. II) subraya este aspecto, que
probablemente se remonta a los tiempos apostólicos.
Es esta
tradición la que recoge el misal actual al advertir que se trata de una
celebración nocturna, y que por lo tanto no ha de empezar antes del inicio de
la noche y ha de terminar antes del amanecer; así se da cumplimiento al mandato
del Señor “la noche santa rompe el ayuno”, y es la inauguración de la gran
fiesta de alegría cincuentenaria. Es el tercer día del triduo, como el paso del duelo a la fiesta, de la
muerte a la vida, juntamente con el Señor. De todos los tiempos, es la noche
de la celebración sacramental de la pascua por la palabra, el bautismo y la
eucaristía. La originalidad de la pascua es el hecho de ser la eucaristía que
alcanza su máxima expresividad por encima de las restantes celebraciones del
año de tener encendidas las lámparas (Lc
12,35ss).
La liturgia
de la palabra es mucho más larga que la habitual; y la liturgia sacramental no sólo celebra la eucaristía, sino también
el bautismo. El antiquísimo rito del
lucernario, utilitario y simbólico, de Jerusalén y del Oriente, dará lugar al
del alumbramiento del cirio pascual. En el s. XII entrará en ella la bendición
del mismo y la procesión.
La
complicada historia de las lecturas bíblicas de la vigilia pascual no quita su
importancia central en la liturgia, sino al contrario. Haciéndose eco de esta
tradición, la liturgia actual no teme afirmar que ellas constituyen el elemento
fundamental de la vigilia. La liturgia de la palabra es el memorial agradecido por la salvación, recordada por unas referencias
históricas-base, que culminan en el Cristo de la pascua.
Las tres
últimas lecturas están más directamente orientadas hacia la celebración
inmediata del bautismo. A la lectura del Nuevo Testamento (Rom 6,3-11),
igualmente bautismal, sigue el relato evangélico de la resurrección.
Las
oraciones del final de las lecturas continúan su vieja función, heredada de los
sacramentariós, de actualizar la salvación en Cristo, anunciada en la lectura,
al tiempo que los responsorios bíblicos invitan a la contemplación agradecida
de la misma.
Hoy continúa siendo la noche por
excelencia del bautismo por la entrañable
vinculación del sacramento con el misterio de la muerte y resurrección, de
acuerdo con la teología paulina.
La gran vigilia llega a la cima con la
eucaristía nocturna, que inicia el domingo de resurrección. Es la eucaristía
por antonomasia, en que el neófito y todo cristiano ha sido adentrado en la
comunión con Cristo, nuestra pascua, en la espera de la venida gloriosa del
Señor. La eucaristía pascual,
culminación del memorial de la muerte y resurrección del Señor hasta que
venga. El paso de la austeridad a la alegría es la iniciación de la fiesta para
siempre, simbolizada en pentecostés (= cincuenta días).
JoanBellavista
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