Viernes santo, primer día del triduo
La
celebración actual. La liturgia de la palabra con su conclusión, las oraciones solemnes, continúa siendo el centro de
la celebración. El silencio impresionante con que empieza —el nihil canentes
(sin canto) del antiguo sacramentario— es expresión de la sobriedad de
siempre, propia de este día. La reforma actual, al cambiar las dos primeras
lecturas tradicionales, se ha inclinado por una acentuación de lo que podríamos
llamar el anuncio de la pasión. Un análisis atento del cuarto cántico del
siervo de Yavé descubre una profecía del misterio de pascua. El salmo 30, como
responsorial, continúa la meditación de la voluntad interior de oblación del
que puede decir: "Padre, a tus manos encomiendo mi
espíritu". El fragmento de la carta a los Hebreos de la segunda lectura es
una síntesis de la teología de la salvación pascual en Jesucristo, por su gran
obediencia.
Esta
celebración de la palabra encuentra su
cima en el evangelio de la pasión según
san Juan, reservado desde siempre para este momento. En él, como el de la
gran hora de Jesús entregado a los suyos por amor, se hacen más visibles
que en ninguna otra narración sus características pascuales, sacramentales y de
la sublime realeza y divinidad de quien va a una muerte abierta a la
glorificación.
Las
oraciones con que concluye la liturgia de la palabra no son unas oraciones,
sino las oraciones solemnes, según el sacramentario gregoriano. Son
probablemente un sustrato anterior al s.v, y ya universalizado en éste. Es la
plegaria del pueblo sacerdotal, asociado activamente a la salvación universal
del viernes.
La adoración de la cruz no como objeto
sino como signo es un acto de fe y una
proclamación de la victoria pascual de Jesús. Los cantos que la acompañan
subrayan este carácter triunfal. El que mejor la sintetiza es el magnífico Crucem
tuam, procedente del oficio bizantino de la mañana de pascua.
La
conveniencia de unirse en comunión con el pontífice que se entrega para liberar
a su pueblo ha prevalecido en la liturgia actual sobre el inconveniente de la
doble comunión del triduo en la controvertida cuestión histórica.
Joan
Bellavista
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