MARZO 2016
«El Reino
de Dios ha llegado a vosotros» (Lc 11,20).
Era lo que esperaban los judíos de su tiempo. Jesús comenzó a
anunciarlo en cuanto se puso a recorrer los pueblos y ciudades: «El Reino de Dios está cerca» (cf. Lc 10, 9). E inmediatamente
después: «El Reino de Dios ha llegado a vosotros»; «El Reino de Dios está en
medio de vosotros» (Lc 17, 21). En la persona de Jesús,
Dios mismo se establecía en medio de su pueblo y tomaba en mano la historia con decisión y fuerza para guiarla a su meta. Los milagros que
Jesús hacía eran signo de ello.
En el pasaje del Evangelio del que está tomada esta palabra de vida,
Jesús acaba de curar a un mudo liberándolo del diablo que lo tenía prisionero.
Es la prueba de que ha venido a vencer el mal, cualquier mal, y a instaurar por fin el reino de Dios.
En el lenguaje del pueblo hebreo, esta locución, «reino de Dios», se
refería a Dios que actúa en favor de Israel, lo libera de toda forma de
esclavitud y de todo mal, lo guía
hacia la justicia y la paz y lo inunda de alegría y de bien: un Dios que Jesús revela como «padre»
misericordioso, amoroso y
lleno
de compasión, sensible a las necesidades y a los sufrimientos de cada uno de sus hijos.
También nosotros necesitamos escuchar el anuncio de Jesús: «El Reino
de Dios ha llegado a vosotros». Mirando a nuestro alrededor, con frecuencia
tenemos la impresión de que el mundo está dominado por el mal, que los
violentos y los corruptos llevan la
delantera. A veces nos sentimos dominados por fuerzas adversas, hechos
amenazantes que nos sobrepasan. Nos sentimos impotentes ante guerras y calamidades ambientales, matanzas y cambio
climático, migraciones y crisis económica y financiera.
«El Reino de Dios ha llegado a vosotros»
Y aquí se sitúa el anuncio
de Jesús, que invita a creer que Él, ya desde ahora, está venciendo el mal y
está instaurando un mundo nuevo.
En el mes de marzo de hace 25 años, hablando a miles de jóvenes,
Chiara Lubich les confesaba su sueño: «Hacer que el mundo sea mejor, poco menos
que una sola familia, como si perteneciese a una única patria, un mundo
solidario; es más, un mundo unido». Entonces, como hoy, esto parecía una
utopía. Pero para que ese sueño se hiciese realidad los invitaba a vivir el
amor recíproco con la certeza de que de ese modo tendrían entre ellos «a Cristo
mismo, el Omnipotente. Y de Él os lo podréis esperar todo».
Sí, Él es el Reino de Dios.
¿Cuál es nuestra tarea? Hacer que Él esté siempre entre nosotros. De
ese modo -seguía Chiara- «será Él mismo quien actúe con vosotros en vuestros
países, pues Él volverá en cierto modo al mundo, a todos los lugares en los que
os encontráis, gracias a vuestro amor recíproco y a vuestra unidad. Y os
iluminará en todo lo que tengáis que hacer, os guiará, os sostendrá, será
vuestra fuerza, vuestro ímpetu, vuestra alegría. Por Él el mundo a vuestro
alrededor se convertirá a la concordia, toda división se suturará. [...] Amaos
entre vosotros, pues, y sembrad el amor en muchos rincones de la tierra entre
las personas, entre los grupos, entre los países, con todos los medios, para
que se haga realidad la invasión de amor de la que hablamos muchas veces y para
que adquiera solidez -con vuestra aportación- la civilización del amor que
todos esperamos. A esto estáis llamados. Y veréis cosas grandes».
Fabio Ciardi
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