Las obras de misericordia espirituales y
corporales.
(V)
Todos los
cristianos formamos una gran familia. Y no sólo en la tierra con quienes nos
acompañan en el vivir de cada día. Ese buen aire de familia lo vivimos también
con quienes nos han precedido en este mundo, padres, abuelos, bisabuelos,
y a quienes deseamos encontrar de nuevo más allá de la muerte. Ellos ya han
pasado por este mundo y rezamos para que gocen eternamente de Dios en el Cielo.
“Rogar a Dios por vivos y
difuntos”
Hemos de procurar vivir la gran verdad que confesamos en el Credo: “Creo
en la Comunión de los Santos”. Comunión de los Santos con las personas vivas en
la tierra, que son “santos” viviendo en la gracia de Dios, aunque lógicamente
tengan mucho que mejorar en su conducta; y con las personas que han terminado
su caminar en este mundo.
Rezamos por
los vivos para que el Señor les conceda el apoyo, la gracia, la fortaleza, los
dones del Espíritu Santo que necesitan para que sigan caminando como buenos
cristianos hasta el día de su muerte, y den un testimonio claro y
hondo de su Fe.
Rezamos por
nuestros padres, por nuestras familias, por nuestros hermanos, por nuestros
amigos y compañeros, para que quieran más a Jesucristo, para que frecuenten los
Sacramentos, para que sean piadosos, y se dejen convertir por el Amor de Dios,
en el Amor de Dios.
Rogamos por
los vivos para que se dejen ayudar por el Señor que les quiere sostener en sus
batallas, renovar su esperanza, ayudarles de las mil maneras que el hombre
necesita. “Venid a Mí todos los fatigados y agobiados, y Yo os aliviaré” (Mt
11, 18).
Rezar por los vivos es pedir al Señor la
gracia de que todos acudan a Él, y lo encuentren en el Sacramento de la
Reconciliación; que descubran su Corazón Misericordioso.
Rezar por los difuntos es una gran manifestación de fe
en la Providencia divina, en
esta vida; y en la realidad de la Vida Eterna, que nos espera después de
nuestra muerte en la tierra. Rezamos por los que han terminado su vida en la
tierra, los que han muerto, para que el Señor les haya perdonado sus pecados, y
los haya recibido en el Cielo.
El
Señor acoge con corazón abierto la petición de la Cananea que ruega por su hija
enferma; atiende la petición del Centurión que ruega por su empleado enfermo. Y
nos enseña, así, a pedirle a Él por nuestros enfermos, por los que buscan
trabajo, por los que tienen una necesidad, una pena, un dolor.
Estas obras de misericordia –las Espirituales sobre las que ya hemos
reflexionado; y
las Corporales, sobre las que comenzamos a reflexionar ahora- manifiestan el
amor de Cristo a toda la persona, y el amor que con Él, en Él y por Él, quiere
el Señor que vivamos cada uno de nosotros. Si en las Espirituales hemos visto cómo
ayudar mejor a las necesidades del espíritu; ahora, en las Corporales, vamos a ver cómo atender mejor las necesidades
del cuerpo;
sin olvidar nunca que en cada ser humano, el cuerpo y el espíritu están siempre
unidos, que el “yo” se expresa siempre corporal y espiritualmente. Que la vida
del espíritu afecta al cuerpo y que la vida del cuerpo afecta al espíritu, y
que el Señor, que es Creador de cielos y tierra, y que el cuerpo y el alma, la
materia y el espíritu, han sido creadas por Dios para el bien del ser humano y
para gloria de Su Nombre.
De esta manera, el cristiano que vive
estas obras de misericordia se une profundamente con Dios. “La convicción de que el ser en su
totalidad ha sido creado por Dios comporta el optimismo creatural; implica la
gozosa certeza de que el ser es bueno hasta el fondo; indica el sí a la
materia, no menos querida por Dios que el espíritu; trae también consigo una
autonomía del ser natural creado por Dios para ser él mismo, y de tal manera
que este ser permanece en una íntima relación con Dios” (Ratzinger,
28-I-1989).
Al leer la relación de las obras
corporales de misericordia - las recordamos de nuevo: Visitar y cuidar a los enfermos.- Dar de
comer al hambriento.- Dar de beber al sediento.- Dar posada al peregrino.
–Vestir al desnudo.- Redimir al cautivo.- Enterrar a los muertos.-, quizá nos viene a la cabeza pensar que todas esas
obras son cosas de tiempos pasados, en los que no había Servicios de Seguridad
Social; en los que no había grandes comedores de Caritas; en los que en tiempos
de catástrofes faltaban alimentos para todos; y que ya no son actuales.
Los acontecimientos de cada día, las
crisis sociales, morales, económicas que sufrimos, nos descubren con frecuencia
la situación lastimosa de muchas personas y, sobre todo, la soledad en la que
tantos hombres y mujeres se encuentran en los peores momentos de su vida.
Cuestionario
■ ¿Soy consciente
de que los demás me necesitan, y de que he de estar siempre dispuesto a
ayudarles?
■ ¿Me acuerdo de
rezar a Dios, durante la Santa Misa, por el eterno descanso de los difuntos de
la familia?
■ Cuando me entero de que alguien ha hecho alguna cosa
mala, ¿rezo al Señor para que rectifique su conducta y, en adelante, haga el
bien?
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