« HIJO DE DAVID TEN
COMPASIÓN DE MÍ »
Queridos
hermanos y hermanas:
En el evangelio de este domingo (Mc 10, 46-52)
leemos que, mientras el Señor pasa por las calles de Jericó, un ciego de nombre
Bartimeo se dirige a él gritando con fuerte voz: "Hijo de David, ten
compasión de mí". Esta oración toca el corazón de Cristo, que se detiene,
lo manda llamar y lo cura. El
momento decisivo fue el encuentro personal, directo, entre el
Señor y aquel hombre que sufría. Se encuentran uno frente al otro: Dios, con su
deseo de curar, y el hombre, con su deseo de ser curado. Dos libertades, dos
voluntades convergentes: "¿Qué
quieres que te haga?", le pregunta el Señor. "Que
vea", responde el ciego. "Vete, tu fe te ha curado". Con estas
palabras se realiza el milagro. Alegría de Dios, alegría del hombre. Y
Bartimeo, tras recobrar la vista -narra el evangelio- "lo sigue por el
camino", es decir, se convierte en su discípulo y sube con el Maestro a
Jerusalén para participar con él en el gran misterio de la salvación. Este
relato, en sus aspectos fundamentales, evoca el itinerario del catecúmeno hacia
el sacramento del bautismo, que en la Iglesia antigua se llamaba también
"iluminación".
La
fe es un camino de iluminación: parte de la humildad de
reconocerse necesitados de salvación y llega al encuentro personal con Cristo,
que llama a seguirlo por la senda del amor. Según este modelo se presentan en
la Iglesia los itinerarios de iniciación cristiana, que preparan para los
sacramentos del Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía. En los lugares de
antigua evangelización, donde se suele bautizar a los niños, se proponen a los
jóvenes y a los adultos experiencias de catequesis y espiritualidad que
permiten recorrer un camino de redescubrimiento de la fe de modo maduro y
consciente, para asumir luego un compromiso coherente de testimonio. ¡Cuán
importante es la labor que realizan en este campo los pastores y los
catequistas! El
redescubrimiento del valor de su bautismo es la base del compromiso misionero
de todo cristiano, porque vemos en el Evangelio que quien se
deja fascinar por Cristo no puede menos de testimoniar la alegría de seguir sus
pasos. En este mes de octubre, dedicado especialmente a la misión, comprendemos
mucho mejor que, precisamente en virtud del bautismo, poseemos una vocación
misionera connatural.
Invoquemos
la intercesión de la Virgen María para que se multipliquen los misioneros del
Evangelio. Que cada bautizado, íntimamente unido al Señor, se sienta llamado a
anunciar a todos el amor de Dios con el testimonio de su vida.
Benedicto XVI, pp emérito
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