Comprador
de salvación
“Maestro, ¿qué he de
hacer para heredar la vida eterna?”. Estamos ante la pregunta religiosa del
hombre de todos los tiempos: qué hacer para salvarse. Quien hace esa pregunta
no es un cualquiera que se contenta con esas cuatro cosas que durante cuatro
días que vivimos se pueden mantener y acrecentar. Hasta aquí no había nada que
objetar al preguntante, sino ensalzar una actitud tan honesta con las
exigencias de su corazón, con sus preguntas infinitas e inmensas.
Pero este hombre que busca a un Maestro Bueno, se encontrará
con alguien insospechado que pondrá en crisis sus usos y costumbres. Jesús irá
repasando lo que su interlocutor sabía: no matar, no cometer adulterio, no
robar, no engañar ni estafar, honrar a los padres... Suponemos la cara de
satisfacción de aquel hombre ante su brillante currículum espiritual. Todo
cuanto el Maestro Bueno iba enumerando... él lo cumplía, él lo sabía, ¡desde su
más tierna infancia!
¿Estaría seguro de su entrada en la vida eterna? ¿tenía todos
sus papeles en regla para merecer la salvación definitiva? ¿había pagado todos
los plazos de su eternidad en moneda de mandamiento cumplido, ya desde pequeño?
Llegados a este punto el diálogo se queda suspendido en el aire. “Jesús se le
quedó mirando con cariño y le dijo: una cosa te falta”. ¿Qué pensaría aquel
hombre sobre ese requisito que le faltaba según el Maestro Bueno? ¿Algún nuevo
mandamiento?
Aquel buen hombre practicaba una especie de “consumismo
religioso”. Él era rico de tantas cosas, y también quería acumular su tesoro de
virtud, su cofre de mandamientos y cumplimientos para no ser pobre en nada.
¿Cuánto hay que pagar? ¿Qué hace falta para tener también la vida eterna? La
sorpresa es que Jesús no le dice “añade” esto que te falta en tu acopio, sino
más bien deja lastre, abandona cosas, déjate a ti mismo... y sígueme, vente conmigo, comparte mi vida, anuncia mi
Palabra, construye mi Reino.
Este era el nuevo mandamiento, el único mandamiento, la gran
novedad: seguir al Maestro Bueno, dejando todo lo demás. La salvación no es
fruto de nuestras conquistas, de nuestros pagos cumplidores y cumplimentadores,
es un don, un regalo, una gracia, que Dios da en su Hijo: la salvación es
encontrarse con Jesucristo. Seguirle e imitarle, ha sido lo que han hecho los
que verdaderamente se han encontrado con Él. Un encuentro que no se ha quedado
en intimismo privado, sino en una santidad que da gloria a Dios y que bendice a
los hermanos fructificando en mil empresas de caridad, de humanización, de
libertad, de justicia y de paz.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario