Las obras de misericordia espirituales y
corporales.
(III)
Con la mejor buena
voluntad y con la mejor preparación para resolver algún asunto, ningún ser
humano está libre de cometer errores, y errores que pueden causar mucho daño a
él, a su familia, a los demás.
“Corregir al que
yerra”.
Para
corregir necesitamos querer de verdad a los demás. No es fácil corregir con
serenidad y con paz, y dando ánimos, sin humillar al que se ha equivocado.
Hemos de tener paciencia con todos, no tomar a la ligera ni sus errores ni sus
equivocaciones. Para corregir necesitamos la humildad de quien sabe que también él
puede cometer los mismos fallos que quiere
corregir en los demás.
Todos sabemos que no es fácil ayudar a alguien para que se corrija. “Yo
también tengo mis pecados”, podemos pensar. ¿Quién me manda a mí meterme en lo
que hacen los demás? “Sus razones tendrá para actuar así”, y muchas otros
pensamientos semejantes nos pueden impedir de hacer el bien a alguien. Y,
además, sabemos que no todas las personas están dispuestas a reconocer sus errores.
No importa. Con cariño, siempre podemos decir a un amigo que no haga trampas,
que trabaje pensando más en los demás, que estudie más, que dé limosna a esa
anciana pobre que os encontráis de vez en cuando, que vaya a Misa contigo.
Si no olvidamos que todos los hombres somos hijos de Dios, que todos
somos hermanos, que todos tenemos como Madre a la Virgen María, saldremos de
nuestro egoísmo y de nuestro individualismo; y pensaremos, y rezaremos más por
los que nos rodean. Y entonces tendremos no sólo la fortaleza para corregir,
sino también la alegría de hacerlo, aunque nos cueste, aunque pensemos que
puede recibir mal la corrección.
“Quien bien te quiere, te hará llorar”, nos recuerda la sabiduría
popular. Y es verdad. Porque quien ama se preocupa del bien de la persona amada, de su bien
espiritual, de su bien personal, de su bien social. Así nos han corregido nuestros padres en los primeros pasos de la
infancia, de la adolescencia, de la juventud, y toda la vida se lo hemos
agradecido. Ellos sabían que una buena corrección en el momento oportuno era el
mejor servicio que su amor nos podía hacer.
“El amor fraterno comporta también un sentido de responsabilidad
recíproca, por lo que, si mi hermano comete una culpa contra mí, yo debo ser
caritativo con él y, ante todo, hablarle personalmente, haciéndole presente que
lo que ha dicho o hecho no es bueno. Este modo de actuar se llama corrección
fraterna: no es una reacción a la ofensa sufrida, sino que surge del amor al
hermano. (Benedicto
XVI, 4-IX-2011).
Y para vivir bien este
mandato del Señor, podemos seguir el consejo que nos da san Josemaría: “Cuando hayas de corregir,
hazlo con caridad, en el momento oportuno, sin humillar..., y con ánimo de
aprender y de mejorar tú mismo en lo que corrijas” (Forja, 455)
Perdonar las
injurias”.
Esta obra de misericordia va muy unida a
la anterior. Hemos considerado la necesidad de corregir a quien nos ofende por
el mal que se hace a sí mismo. Ahora, la obra de misericordia que nos pide
nuestra Fe y Caridad, es perdonar la ofensa recibida y pedir perdón si es
necesario, para ayudarle a que se dé cuenta del mal que
se ha hecho a sí mismo, y para que también él pida perdón. “Si pecare tu
hermano contra ti, ve y repréndele a solas. Si te escucha, habrás ganado a tu
hermano” (Mt
18. 15)
Ante alguna injuria recibida podemos hacer la misma pregunta que san
Pedro hizo al Señor:
“Entonces se le acercó Pedro y le preguntó: Señor, ¿cuántas veces
he de perdonar a mi hermano si peca contra mí? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: No digo yo hasta siete veces,
sino hasta setenta veces
siete” (Mt. 18, 21).
Perdonar no es sólo pasar por alto alguna injuria que hayamos recibido,
o no devolver mal por mal. Perdonar lleva hasta rezar por quienes nos injurian,
por quienes quieren hacernos mal.
Muchas personas pueden tratarnos mal en muchos momentos de nuestra vida,
y hacerlo de mil variadas maneras. Porque no nos dan lo que nos corresponde;
porque hablan mal de nosotros; porque nos calumnian; porque no tienen en
consideración lo que hacemos por ellos; porque no valoran ni nuestro esfuerzo,
ni nuestro trabajo, ni siquiera nuestro buen espíritu de servicio, etc.
Quizá nuestra primera reacción ante una injuria sea la de devolver mal
por mal, para que se nos tenga en cuenta, y señalar nuestra valía y dejar
claros nuestros talentos. No es ese el modo de actuar que el Señor espera de un
cristiano, de una persona que tiene Fe en Él, de una persona que se sabe hijo
de Dios.
Si antes la obra de misericordia estaba en corregir al hermano que nos
había ofendido, para que no siguiera haciendo el mal, ahora la obra de
misericordia es arrancar de nuestra alma cualquier rencor contra el hermano, y
rechazar cualquier deseo de devolver mal por mal.
Cristo, clavado en la
Cruz para redimirnos de nuestros pecados, nos da una lección muy viva de
perdonar. Él perdona todas las injurias que recibe, y nosotros hemos de
aprender de Él a perdonar también. Perdonar es una acción muy cristiana, que te
llenará de alegría cada vez que la hagas; y al que te ha hecho mal, le darás la
alegría de saberse perdonado. Y si te cuesta mucho perdonar, acuérdate de Jesucristo
que, en la Cruz, pidió a Dios Padre que perdonara a todos los que le estaban
crucificando. Nunca guardes rencor a nadie.
Cuestionario
■ ¿Corrijo con amabilidad y humildad cuando
es necesario, consciente de que yo puedo caer en los mismos pecados, en los
mismos errores?
■ ¿Perdono de todo corazón, o doy muchas
vueltas en la cabeza a los agravios que me hacen?
■ ¿Rezo al Señor por las personas a las que
corrijo, y por las que me corrigen a mí?
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