Presencia real de Cristo en la Eucaristía
■ La presencia de Cristo en la Eucaristía es real, verdadera y substancial desde el momento en que sea realiza la consagración del pan y del vino. Y para exponer misterio tan grandioso prefiero ceder la palabra a la misma Iglesia, tal como lo confiesa concretamente en el Catecismo:
1373 «“Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la
derecha de Dios e intercede por nosotros” (Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, “allí
donde dos o tres estén reunidos en mi nombre” (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31 46), en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y
en la persona del ministro. Pero, “sobre todo, [está presente] bajo las
especies eucarísticas” (SC 7).
1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies
eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los
sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin
al que tienden todos los sacramentos” (S. Tomás de A., STh III, 73, 3). En el santísimo sacramento de la Eucaristía están
“contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con
el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente,
Cristo entero” (Trento: Denz 1651). “Esta presencia se denomina `real’, no a título
exclusivo, como si las otras presencias no fuesen `reales’, sino por
excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace
totalmente presente” (Pablo VI, enc. Mysterium fidei 39).
1375 Mediante la conversión del pan y
del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente en este sacramento. Los
Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de
la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta
conversión maravillosa. Así, S. Juan Crisóstomo declara que: No es
el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre
de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote,
figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia
provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las
cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).
■ Y San
Ambrosio dice respecto a esta conversión:
Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha
producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la
bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza
misma resulta cambiada… La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo
que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran
todavía? Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que
cambiársela (myst. 9,50.52).
1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando
afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo
la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la
Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la
consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del
pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia
del vino en la substancia de su sangre; la Iglesia católica ha llamado
justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación» (Denz 1642).
1377 La presencia
eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el
tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero
presente en cada una de las especies y todo entero en cada una de sus partes,
de modo que la fracción del pan no divide a Cristo (Trento: Denz
1641)».
Ésta es la fe católica de la
Iglesia, la misma que se confiesa en el Credo
del Pueblo de Dios (1968, 24-26) o en la encíclica Mysterium fidei de
Pablo VI.
■ Algunos profesores católicos de
teología niegan hoy la fe de la Iglesia en la transubstanciación eucarística. Y debemos denunciarlos, porque hay una relación
intrínseca entre la exposición de la verdad y la refutación de la falsedad.
En ese sentido escribe Santo Tomás al comienzo de la Summa contra Gentiles, «mi
boca medita en la verdad y mis labios aborrecerán al impío» (Prov 8,7)…
José María Iraburu, Consiliario diocesano ANE de la
Archidiócesis de Pamplona
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