«QUIEN QUIERA SER PRIMERO, QUE SEA EL ÚLTIMO Y EL SERVIDOR DE TODOS».
La narración del evangelista nos ha ido
dando suficientes datos de palabras y de hechos de Jesús, como para imaginarnos
el bienestar que suponía para aquellos primeros discípulos el hecho de
pertenecer a esa compañía incipiente del Maestro.
Sus ojos, acostumbrados a la rutina
cotidiana de una vida vulgar transcurrida entre los afanes de un pueblo pequeño
y las fatigas del bregar de redes, se había visto sorprendida por este Jesús
que habla bien, que hace el bien, que está en la boca de todos y en la necesidad
de tantos... Y nada menos que ellos, han
sido llamados personalmente por su nombre para acompañar a tan insigne
Personaje. Estaban de enhorabuena.
Pero
no acaban de entender el viaje de fondo de su Maestro. Digamos que
disfrutan en cada estación, se envalentonan en cada parada del camino,
justamente cuando el Maestro habla, cuando cura, cuando hace milagros…
Entonces va Jesús y les vuelve a decir
delicadamente: “el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres,
y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará”. La reacción que
provocaba en ellos estas graves palabras, queda magistralmente dibujada en el
breve apunte de Marcos: “ellos no
entendían aquello, y les daba miedo preguntarle”.
Al llegar a Cafarnaún, Jesús les hará una
curiosa pregunta: ¿de qué discutíais? Pero ellos, extrañamente, no quisieron
contestar… Y quedaron efectivamente mudos... de vergüenza, pues no venían
comentado las palabras de su Maestro, sino que por el contrario se habían
estado repartiendo su pretensión: cuál de ellos era el más importante.
Humanamente hablando, era una situación
desalentadora para Jesús… Jesús adoptará una actitud comprensiva llena de
misericordia, y les explicará en qué consiste la “importancia” a la que ellos
deben aspirar: ¿veis un niño? pues así vosotros. No vayáis de “trepa” por la
vida, sed sencillos, acogedores, sed pequeños.
Sólo
a ellos se les revela el verdadero sentido de la vida, los secretos del Reino
de Dios, sólo ellos son los verdaderamente grandes.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm. – Arzobispo
de Oviedo
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