«Y VOSOTROS, ¿QUIÉN
DECÍS QUE SOY YO?»
Todo iba bien en aquella comunidad que se
iba forjando en torno a ese maestro especial nazareno. Pero de pronto, Jesús
quiere hacer una especie de sondeo, un examen de septiembre: “¿quién dice la
gente que soy Yo?”… Pero la estadística que más importaba a Jesús era lo que
sus discípulos pensaban sobre Él. Entonces Pedro hará una memorable confesión:
“Tú eres el Mesías”. Pero Jesús, acaso un tanto perplejo por una respuesta tan
clara y tan justa, prohíbe divulgar esa verdad que Pedro acaba de pronunciar…
Por si acaso no hubieran comprendido, Jesús comenzó a instruir a sus
discípulos para explicarles el alcance verdadero de su identidad mesiánica:
“El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los
senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado, y resucitar al tercer
día”.
Pedro…
tuvo un “gesto” con su Maestro: increpando a Jesús quería salvar a su Salvador. Pero Jesús le
responderá: “apártate de mí, Satanás. Tú piensas como los hombres, no como
Dios”. Es un cambio de escena de un dramatismo tremendo. Pedro, que pasa a ser
casi al mismo tiempo alguien en quien habla el Padre y alguien en quien grita
Satanás, capaz de lo mejor y más bello... y de lo peor y más horrendo.
En esa agridulce y claroscura posición nos
encontramos todos, siendo tantas veces testigos de la luz y la verdad y, si
cambian las tornas, negociantes de la tiniebla y de la mentira... al mejor
postor.
Jesús termina con una
invitación sin ambages: su Verdad y misión, no nacen de sondeos de opinión, ni
depende de un momento mejor o peor de sus discípulos. La cuestión decisiva es
poder responder quién es Jesús, en comunión con la Iglesia y todos los testigos
santos.
Para esta respuesta no valen lo que otros
digan, ni una retórica teórica, sino la que se hace seguimiento, compañía del
Señor en lo concreto de la vida a la que cada cual ha sido llamado.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm. – Arzobispo
de Oviedo
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