«DESTRUID ESTE TEMPLO, Y EN TRES DÍAS LO
LEVANTARÉ»
El Evangelio de Juan de este Tercer
Domingo de Cuaresma, es un pasaje misterioso y un poco desconcertante porque
aparece un Jesús al que no estamos acostumbrados. Son tres los retos a los que
se enfrenta y que tiene delante a sus enemigos de ayer, de hoy y de siempre, a
los que el Papa Francisco llama los autorreferenciales, los fariseos, aquellos
que le miraban por encima del hombro y que sabían más que nadie sobre Dios, la
ley, el templo …y todo.
Primer desconcierto: Aparece un Jesús que parece violento porque han profanado el Templo, la casa del Padre y la
han convertido en cueva de ladrones, en lugar de negocios, en tienda de
“souvenirs”. Es un Jesús que parece fuera de sí, tanto que algunos más sencillos
de corazón les hace recordar una frase de los profetas: “El celo de tu casa me
devora”
Segundo, Jesús desconcertante cuando les habla del templo de su Cuerpo como templo donde, como dice Pablo, “habita en
plenitud la divinidad”. También sus enemigos son crueles y Jesús no escatima
nada para insistir en la revelación central de su Cuerpo, del Templo, que
destruido, será ensalzado “cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a
todos hacia mí”.
Los fariseos, sus enemigos, no se enteran.
Tampoco les interesa mucho Jesús de Nazaret ni su doctrina. Tampoco le escuchan
aunque le tengan delante de sus narices. Pero llega el Señor a revelarse como
el misterio central del Padre, con su muerte y resurrección acaecida en
Jerusalén. Se presenta como el Mesías, el Redentor, el que tenía que venir al
mundo.
Por último, desconcierta que por una parte
el Señor les revele los
secretos de su Corazón. Los designios del
Padre. Por una parte, se ve que como Amado del Padre y, por otra parte, se ve
con corazón humano y no se fía mucho de ellos, de lo que habita en el corazón
humano.
Parece que
nos ama porque nos conoce y nos conoce
porque nos ama y, a la vez, sabe también de nuestro corazón con sótanos,
recovecos como los de los fariseos, que no acaban de entender al Maestro de
Nazaret porque les parece demasiado humano y cercano a los hombres. Sin
embargo, es impresionante
descubrir que el Señor sabe lo que alberga cada corazón humano y nos ama incondicionalmente, pero no pensemos que le
estamos metiendo a Dios “un gol” continuamente porque nos conoce y nos ama; y
nos ama y nos conoce y también sabe que no todo es oro lo que reluce en la
vida.
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