«DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME
HAS ABANDONADO?»
La pasión de Cristo
es el “te quiero” del Padre a la humanidad, entregado por amor a su Hijo amado
para que “tengamos vida y la tengamos en abundancia”.
La pasión, según San Marcos, nos introduce
en lo que se predicaba en la catequesis a los catecúmenos y a los que iban a
ser bautizados en la noche de Pascua y que sabían que les aguardaba el martirio
físico y real con el derramamiento de sangre o una vida nada fácil por el
seguimiento de Jesús. Todavía no tenía derecho de ciudadanía el ser cristiano y
se encontraban con persecuciones y todo tipo de obstáculos a su fe.
Marcos,
traza en su pasión cinco grandes subrayados que le llevan
a presentar a Jesús como el Siervo de Yahvé, que “no abrió la boca” y que “manso
y humilde” asume todo lo humano, toda la soledad,
el desprecio y el grito de “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” para
presentarnos el drama de la pasión desde un corazón humano.
- -Se subraya que
Jesús va a la Pascua “voluntariamente aceptada” y asume con todas sus
consecuencias la encarnación al “no hacer alarde de su categoría de Dios”
-Se narra toda la
Pasión, las dificultades y todos los escenarios y personas de la pasión (los
apóstoles, Barrabás, Pilato) con un realismo que sólo se puede contar con
estremecimiento.
-El discípulo, el
catecúmeno, el que se prepara para recibir el Bautismo debe saber y asumir lo
que significa y cuesta el seguimiento de Jesús con todas las consecuencias. No
se recrea en los sufrimientos físicos, morales, espirituales del “Verbo
Encarnado”, pero tampoco los dulcifica. Es más, parece que quiere decir sin
tapujos y ambigüedades que seguir a Jesús hasta la cruz es esto ni más ni
menos.
-Llama la atención
en todo el Evangelio de la Pasión, según San Marcos, que tiene su propia
“originalidad” contada, pues algunos datos no son fáciles de contar y, sin
embargo, Marcos lo hace en directo para presentarnos al Siervo sufriente,
humano hasta los tuétanos, frágil y débil y, a la vez, confiado en la voluntad
del Padre que aparece siempre invisible, pero no ausente.
-Al final, presenta
a María Magdalena y a las mujeres que viven un drama que les desborda y que las
lanza a la esperanza de un sepulcro vacío donde San Marcos va a despejar el
acontecimiento central de nuestra fe, en pocas líneas, para afirmar que la fe
en el Resucitado es la misma Persona, es
la misma que el que enterraron en debilidad
el Viernes Santo, Jesús, que el catecúmeno debe confesar con la vida,
como su Señor.
+Francisco
Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres
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