«TEN COMPASIÓN DE MÍ, SEÑOR, HIJO DE DAVID. »
Aquella mujer cananea, es decir pagana, sin
embargo conoce el Corazón de Cristo, por su fe y su confianza.
Jesús no hizo milagros prácticamente en
las ciudades de Tiro y Sidón, ciudades en el entorno del lago de Galilea, la
Decápolis, que no aceptaron la fe en Jesús. Duras de corazón para creer.
Aquella
mujer cananea expresa la humanidad hambrienta y sedienta de Dios, sedienta de
paz, de salud. Un corazón de
deseo. Un corazón de mujer, de madre, que quizás ante los males que la aquejan,
su hijo tiene un demonio muy malo, no se detiene como el amor ante el mal y
vislumbra que el único que vence el mal, a fuerza de bien, es el Señor.
Necesitamos,
de forma continuada, volver la mirada al Dios de la vida, al Señor, capaz de curar nuestros males, nuestros
demonios, nuestras historias y cobardías.
Aparentemente, la respuesta de Jesús
parece desconcertante ¿No le interesa? ¿Tan fuerte es la misión que le hace
olvidar al sufriente concreto en el camino de la vida?
Su actitud, su profunda humildad, le hacen
conmover el Corazón del Señor. Le
gana como siempre al Señor la profunda humildad de quien sabe, de quien se ha
fiado y está persuadido de que
el Señor será capaz siempre de hacer frente al mal con la entrega de su vida,
con su Corazón compasivo.
Es curioso
que arranca del Señor una de las mayores alabanzas a su fe tan sencilla como
intrépida, tan pobre como valiente. Nada detiene a esta mujer con tal de llegar
a Jesús y presentarle su grito de dolor por su hijo. El milagro cuando hay fe
ya está realizado. Y no es otra cosa que saber poner el corazón en el Dios de
lo imposible.
+Francisco Cerro Chaves - Obispo
de Coria-Cáceres
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