«¡ÁNIMO,
SOY YO, NO TENGÁIS MIEDO!»
Confieso que este texto siempre me ha
ayudado en todos los momentos de mi vida por la sabiduría que encierra.
Jesús
ora en la madrugada. Busca los lugares solitarios. Pero, nunca se olvida de la
gente. Los que dicen de los orantes que se olvidaron de la humanidad caen
en la calumnia y expresa que ellos nunca oraron de verdad.
La clave está en que Jesús, desde su
oración, desde el monte, contempla a los que se debaten con miedo, con
perplejidad, en los mares embravecidos de la vida. Jesús camina hacia ellos, camina hacia las aguas, que es propio de
Yahvé, de Dios, del Espíritu, que se cernía sobre las aguas.
Este pasaje expresa maravillosamente que
Jesús es, cien por cien, divino y cien por cien humano. En su divinidad camina sobre las aguas, en su humanidad se conmueve
ante las personas que lo está pasando muy mal.
El miedo siempre paraliza el corazón
humano y nos hunde. Jesús anima a Pedro a caminar hacia Él. Al principio lo
consigue y, después, la duda y las dificultades del mar embravecido le hacen
hundirse en el agua. Al final, el Señor
cuando nos fiamos y confiamos en su Corazón nos saca siempre de los apuros.
Ni nos traga la corriente, ni nos hundimos en el mar. Cuando nos cogemos de su mano,
aunque nos digan que somos personas de poca fe y que la duda forma parte de
nuestra vida de seguimiento de Jesús, salimos siempre a flote.
Marchemos
siempre tras el Señor y descubramos que no existe nada que nos lance más al
auténtico compromiso con los hermanos que cuando somos capaces de entregar la
vida por amor y sembrar de esperanza y de acogida a los que se debaten en el
mar embravecido de la vida, con nubes de miedo y con la confianza en su Corazón
+Francisco Cerro Chaves - Obispo
de Coria-Cáceres
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