Santa y piadosa es la idea
de rezar por los muertos
¿Qué es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.
¿Qué es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.
Esto es
lo que significa nuestro gran misterio;
esto lo que Dios nos ha concedido, y, para que nosotros lo alcancemos, quiso
hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la
incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos
nosotros llegamos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros
lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda perfección; así entre
nosotros ya no hay distinción
entre hombres y mujeres,
bárbaros y escitas, esclavos y libres, es decir, no queda ya ningún residuo ni
discriminación de la carne, sino que brilla sólo en nosotros la imagen de Dios,
por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos plasmados
y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.
¡Ojalá
alcancemos un día aquello que esperamos de la gran magnificencia y benignidad
de nuestro Dios! Él pide cosas insignificantes y promete, en
cambio, grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por Él y aguantémoslo todo esperando en Él; démosle gracias por todo (él sabe ciertamente
que, con frecuencia, nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación); encomendémosle
nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros,
nos han precedido ya en la morada eterna.
¡Señor y hacedor de todo, y especialmente del ser
humano! ¡Dios, Padre y guía de los hombres que creaste! ¡Árbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y
bienhechor de nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno
y, por tu Verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de
aquella sabiduría tuya que todo lo sabe y todo lo penetra!...
…Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida,
mientras moramos en este mundo,
y, cuando nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti
preparados por el temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente
poseídos de terror. No permitas, Señor, que en la hora de nuestra
muerte, desesperados
y sin acordarnos de ti, nos
sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como
suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta
vida, sino que, por el contrario, alegres y bien dispuestos,
lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sea la gloria por los
siglos de los siglos. Amén.
San Gregorio
Nacianceno (Sermones)
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