“OS DIGO QUE LES HARÁ JUSTICIA…”
La enseñanza de Jesús sobre la oración
no era una cuestión banal. Él
quería enseñar a sus discípulos a orar de tal manera que permanentemente
pudieran estar hablando-con y escuchando-a quien permanentemente está dispuesto
a acoger nuestras palabras y a dirigirnos las suyas.
El Maestro les propone una parábola con
dos personajes curiosos: un juez y una viuda. La persona más desprotegida que
demanda ayuda al juez menos indicado. Hasta aquí los personajes de la parábola
de Jesús que podríamos llamar pintoresca, y adivinamos los ojos de los
discípulos mirando a Jesús mientras les exponía la parábola. ¿En qué quedaría
toda la escena? ¿Cómo se resolvería la importunidad de la pobre mujer ante la
inmisericordia del injusto juez?
Dice Jesús que aquél juez de mucha ley y
poco corazón, terminó por ceder ante la viuda y determinó hacer justicia ante
el adversario de ésta. Pero no porque hubiera cambiado en sus adentros, sino
simplemente por proteger sus afueras, es decir, por puro temor y para que le
dejasen en paz: por si la viuda le pegaba en la cara y para que no lo siguiera
fastidiando. Aquí se pararía el Señor y les diría a los discípulos: ¿os dais
cuenta qué ha hecho este juez injusto? Al final ha hecho justicia ante una
pobre mujer que suplicaba. Un hombre que no ha sido capaz de hacerlo por la
verdadera razón: el servicio al otro, el derecho del otro, el amor al otro, lo
hizo por egoísmo, por amor a sí mismo... pero lo hizo. ¿Y Dios? ¿Qué hará Dios?
¿Cómo se comportará ante sus elegidos que día y noche le gritan y suplican?
El
cristiano es el que precisamente aprende a vivir desde la inagotable relación
con su Dios y Señor, en un continuo cara a cara ante su bendito Rostro,
con un constante saberse mirado por los ojos de Otro. Esta Presencia que es
siempre compañía y jamás se escurre como fugitiva, no nos ahorra a los
cristianos la fatiga apasionante del vivir de cada día con todas sus luces y
sus sombras, pero sí que nos permite vivirlo de otro modo, desde otros Ojos que
nos ven, desde otro Corazón que nos ama y por nosotros palpita y desde otra
Vida que nos acoge regalándonos la dicha.
La oración, como certeza de una compañía de aquel que nos habla y nos
mira, es una educación para la vida: también nosotros
cristianos podemos sufrir todas las pruebas, pero nunca con tristeza y
desesperanza. La circunstancia puede que no cambie, pero sí nuestro modo de
mirarla y de vivirla, porque sabemos que Dios nos la acompaña sin interrupción,
en horario abierto y sin declino.
+
Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de
Oviedo
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