BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS
LA CONFESION DE LOS PECADOS
Francisco propone el anuncio de
la misericordia como un camino para la Iglesia de hoy, siguiendo los pasos de
san Juan Pablo II en su encíclica Dives in misericordia. De ahí el
significado de la peregrinación –símbolo del camino que es la vida de cada
persona– en los Jubileos. Pero, lógicamente, apunta a la peregrinación
interior: “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis
condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: os verterán una
medida generosa, colmada, remecida, rebosante. Pues con la medida que os
midiereis se os medirá a vosotros” (Lc 6,37-38). Es, pues, un camino de
conversión. Afrontemos con sinceridad y valentía la conversión personal.
El mensaje de la misericordia es el de la reconciliación. “Insisto una vez más –
escribe en la Evangelii Gaudium n. 3--: Dios no se cansa nunca de
perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia”. El Papa nos invita a
concentrarnos de nuevo en lo esencial del Evangelio, al núcleo central,
fundamental e irradiante de la novedad cristiana, sin dispersarnos en
cuestiones secundarias. El Evangelio consiste
fundamentalmente en el anuncio del perdón de los pecados y, por consiguiente, el anuncio
de la Alianza lograda y fecunda entre Dios y su pueblo. Cristo es el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo, cargándolo en la Cruz y obteniendo así la
absolución del Padre para toda la humanidad. La resurrección es la
absolución del pecado del mundo. La misión de la Iglesia es proclamar esta verdad universal y
pedir a los cristianos que se conviertan y confiesen para dar al mundo el
testimonio concreto de que hay una remisión de los pecados, que el mal no tiene
la última palabra, que la muerte ha sido vencida, que el hombre viejo deja paso
al hombre nuevo… y que nosotros somos alegres testigos de esta verdad, que es,
a la vez, novedad de vida, de vida en abundancia, esperanza cierta de vida
eterna.
Todos estamos llamados a experimentar en este año la misericordia
infinita del Padre para con nosotros y que nos haga disponibles al perdón y a vivir
con misericordia con los demás. Esta conversión profunda y sincera nos hará
volver a Dios y, purificados, vivir en Él. El Señor ha dispuesto para ello el Sacramento de la
Reconciliación. Sin duda hay mucha gente que se confiesa. Debemos reconocer, sin
embargo, que para la mayoría es algo arduo, que se facilita poco y cuesta
mucho. También son muchos los que desisten de hacerlo con frecuencia y no pocos
los que ya ni lo lamentan. Estamos aún lejos de aplicar bien el ritual del
sacramento de la penitencia. A menudo la confesión se conserva como un
ejercicio individualista donde falta la dimensión eclesial, o como una
purificación particular para poder recibir la comunión, pero no tanto como el
don de reconocerse pecadores mendicantes de la gracia del perdón para poder
vivir más plenamente el misterio de la comunión con Dios y con los hermanos. Necesitamos renovar a fondo nuestra visión del sacramento
iluminado por la cristología, es decir, por el misterio
pascual de Cristo, experimentado como un poderoso regalo de la misericordia de
Dios. La mirada misericordiosa de Cristo es el auténtico principio de toda
atención pastoral. Debemos, por consiguiente, esforzarnos por salir de la
frecuente banalización del perdón, y
buscar, con la ayuda de la gracia, una auténtica reconciliación, capaz de
restaurar interiormente a la persona. Dios quiere que el pecador “se convierta
y viva” (Ez 33,11) venciendo realmente el mal en su corazón, que es lo que hace
comprensible la redención, y que la misericordia de Dios le regenere
introduciéndole en la verdad de su amor que le lleve a un cambio de vida.
En otras palabras, la confesión sacramental no es sólo un medio
mecánico para ponerse en orden con Dios: es un acto eclesial. Es un modo de
participar en la gracia y en el anuncio de la misericordia divina que cambia la
vida y la llena de alegría, esperanza y paz. ¡Dispongámonos para confesar!
¡Preparémonos con sacerdotes decididos a ser ministros de la misericordia, con
dedicación y gusto pastoral! El Papa pide “que los confesores sean un verdadero signo de la
misericordia del Padre” (n. 17), por lo que propone de nuevo
su iniciativa “24 horas para el Señor” (adoración de la Eucaristía, y confesión
de los pecados). En este paternal consuelo y consejo crece la identificación
con Jesús, con sus gustos y motivaciones, con sus sentimientos y entrega, y
crece la santidad de la Iglesia, su testimonio y su compromiso. La indulgencia jubilar pasa por la
confesión para que la Iglesia entera y la intercesión de los santos nos
fortalezcan en la comunión de los santos. Os invito a integrar en
vuestra experiencia de fe la gracia del sacramento de la reconciliación de modo
habitual, como
lugar fecundo de renovación de nuestro seguimiento del Señor y de crecimiento
por obra de su misericordia.
+Mons. Rafael Zornoza Boy-Obispo de Cádiz-Ceuta
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