RESUMEN DE LA ENCÍCLICA
(II)
Este texto se ofrece como apoyo para una primera lectura de la Encíclica,
ayudando a tener una visión de conjunto y detectar las líneas de fondo. En
primer lugar se ofrece una presentación en conjunto, y luego se realiza un
recorrido por cada capítulo. En él se señala su objetivo y reproduce algunos
párrafos clave. Los números entre paréntesis remiten a los párrafos de la
Encíclica.
Capítulo tercero – La raíz humana de la crisis
ecológica
Este
capítulo presenta un análisis de la situación actual «de manera que no miremos
sólo los síntomas sino también las causas más profundas» (15), en un diálogo con la filosofía y las ciencias
humanas.
Un primer
fundamento del capítulo son las reflexiones sobre la tecnología: se le reconoce
con gratitud su contribución al mejoramiento de las condiciones de vida (102-103), aunque también da «a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para
utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad y del
mundo entero» (104). Son justamente las lógicas de dominio tecnocrático
las que llevan a destruir la naturaleza y a explotar a las personas y las
poblaciones más débiles. «El paradigma tecnocrático también tiende a ejercer su
dominio sobre la economía y la política» (109), impidiendo reconocer que «el mercado
por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social» (109).
En la raíz
de todo ello puede diagnosticarse en la época moderna un exceso de
antropocentrismo (116): el ser humano ya no reconoce su posición justa respecto al mundo, y asume
una postura autorreferencial, centrada exclusivamente en sí mismo y su poder.
De ello deriva una lógica “usa y tira” que justifica todo tipo de descarte, sea
éste humano o ambiental, que trata al otro y a la naturaleza como un simple
objeto y conduce a una infinidad de formas de dominio. Es la lógica que conduce
a la explotación infantil, el abandono de los ancianos, a reducir a otros a la
esclavitud, a sobrevalorar las capacidades del mercado para autorregularse, a
practicar la trata de seres humanos, el comercio de pieles de animales en vías
de extinción, y de “diamantes ensangrentados”. Es la misma lógica de muchas
mafias, de los traficantes de órganos, del narcotráfico y del descarte de niños
que no responde al deseo de sus padres (123).
Desde esta
perspectiva, la Encíclica afronta dos problemas cruciales para el mundo de hoy.
En primer lugar, el trabajo: «En cualquier planteo sobre una ecología integral,
que no excluya al ser humano, es indispensable incorporar el valor del trabajo»
(124), pues «Dejar de invertir en las personas para obtener un
mayor rédito inmediato es muy mal negocio para la sociedad» (128).
En segundo
lugar, los límites del progreso científico, con clara referencia a los
Objetivos Generales del Milenio (132-136), que son «una cuestión ambiental de carácter complejo» (135). Si bien «en algunas regiones su utilización ha
provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas, hay
dificultades importantes que no deben ser relativizadas» (134), por ejemplo «una concentración de tierras
productivas en manos de pocos» (134). El Papa Francisco piensa en particular en los pequeños productores y en
los trabajadores del campo, en la biodiversidad, en la red de ecosistemas. Es
por ello necesario asegurar «una
discusión científica y social que sea responsable y amplia, capaz de considerar
toda la información disponible y de llamar a las cosas por su nombre», a partir de «líneas de investigación libre e
interdisciplinaria» (135).
Capítulo cuarto – Una ecología integral
El núcleo
de la propuesta de la Encíclica es una ecología integral como nuevo paradigma
de justicia, una ecología que «incorpore el lugar peculiar del ser humano en
este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea» (15). De hecho no podemos «entender la naturaleza como
algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida» (139). Esto vale para todo lo que vivimos en distintos
campos: en la economía y en la política, en las distintas culturas, en especial
las más amenazadas, e incluso en todo momento de nuestra vida cotidiana.
La
perspectiva integral incorpora también una ecología de las instituciones. «Si
todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad
tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: “Cualquier menoscabo de la solidaridad y del
civismo produce daños ambientales”» (142).
Con muchos
ejemplos concretos el Papa Francisco ilustra su pensamiento: hay un vínculo
entre los asuntos ambientales y cuestiones sociales humanas, y ese vínculo no
puede romperse. Así pues, «el análisis de los problemas ambientales es
inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales,
urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma» (141), porque «no hay dos crisis separadas, una ambiental y
la otra social, sino una única y compleja crisis socio-ambiental» (139).
Esta
ecología ambiental «es inseparable de la noción de bien común» (156), que debe comprenderse de manera concreta: en el
contexto de hoy en el que «donde hay tantas inequidades y cada vez son más las
personas descartables, privadas de derechos humanos básicos», esforzarse por el
bien común significa hacer opciones solidarias sobre la base de una «opción preferencial por los más pobres» (158). Este es el mejor modo de dejar un mundo sostenible a las próximas
generaciones, no con las palabras, sino por medio de un compromiso de atención
hacia los pobres de hoy como había subrayado Benedicto XVI: «además de la leal solidaridad intergeneracional,
se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad
intrageneracional» (162).
La ecología
integral implica también la vida cotidiana, a la cual la Encíclica dedica una
especial atención, en particular en el ambiente urbano. El ser humano tiene una
enorme capacidad de adaptación y «es admirable la creatividad y la generosidad
de personas y grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente,
[...] aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad» (148). Sin embargo, un desarrollo auténtico presupone un
mejoramiento integral en la calidad de la vida humana: espacios públicos,
vivienda, transportes, etc. (150-154).
También
«nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los
demás seres vivientes. La aceptación
del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo
entero como regalo del Padre y casa común; mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en
una lógica a veces sutil de dominio» (155).
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