« ÉSTE ES MI HIJO… ESCUCHADLO»
Queridos hermanos y
hermanas:
…La
liturgia vuelve a proponer este célebre episodio precisamente hoy, segundo
domingo de Cuaresma (cf.
Mc 9, 2-10). Jesús
quería que sus discípulos, de modo especial los que tendrían la responsabilidad
de guiar a la Iglesia naciente, experimentaran directamente su gloria divina,
para afrontar el escándalo de la cruz.
En efecto, cuando llegue la hora de la
traición y Jesús se retire a rezar a Getsemaní, tomará consigo a los mismos
Pedro, Santiago y Juan, pidiéndoles que velen y oren con él (cf. Mt 26, 38).
Ellos no lo lograrán, pero la gracia de Cristo los sostendrá y les ayudará a
creer en la resurrección.
Quiero
subrayar que la
Transfiguración de Jesús fue esencialmente una experiencia de oración (cf.Lc 9, 28-29).
En efecto, la oración alcanza su culmen, y por tanto se convierte en fuente de
luz interior, cuando el
espíritu del hombre se adhiere al de Dios y sus voluntades se funden
como formando una sola cosa. Cuando Jesús subió al monte, se sumergió en la
contemplación del designio de amor del Padre, que lo había mandado al mundo
para salvar a la humanidad. Junto a Jesús aparecieron Elías y Moisés, para
significar que las Sagradas Escrituras concordaban en anunciar el misterio de
su Pascua, es decir, que Cristo debía sufrir y morir para entrar en su gloria (cf. Lc 24, 26. 46). En aquel momento Jesús vio perfilarse
ante él la cruz, el extremo sacrificio necesario para liberarnos del dominio del
pecado y de la muerte. Y en su corazón, una vez más, repitió
su "Amén". Dijo "sí", "heme aquí", "hágase,
oh Padre, tu voluntad de amor". Y,
como había sucedido después del bautismo en el Jordán, llegaron del cielo los signos de la
complacencia de Dios Padre: la luz, que transfiguró a Cristo,
y la voz que lo proclamó
"Hijo amado" (Mc
9, 7).
Juntamente con el ayuno y las obras de
misericordia, la oración forma la estructura fundamental de nuestra vida
espiritual. Queridos hermanos y hermanas, os
exhorto a encontrar en este tiempo de Cuaresma momentos prolongados de
silencio, posiblemente de retiro, para revisar vuestra vida a la
luz del designio de amor del Padre celestial. En esta escucha más intensa de
Dios dejaos guiar por la Virgen María, maestra y modelo de oración. Ella,
incluso en la densa oscuridad de la pasión de Cristo, no perdió la luz de su
Hijo divino, sino que la custodió en su alma. Por eso, la invocamos como Madre
de la confianza y de la esperanza.
Benedicto XVI, pp emérito
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