NO ANTEPONGAN NADA
ABSOLUTAMENTE A CRISTO
Cuando emprendas alguna obra buena, lo primero
que has de hacer es pedir constantemente a Dios que sea él quien la lleve a
término, y así nunca lo
contristaremos con nuestras malas acciones, a Él, que se ha dignado contarnos en el número de
sus hijos, ya que en todo tiempo
debemos someternos a él en el uso de los bienes que pone a nuestra disposición,
no sea que algún día, como un padre que se enfada con sus hijos, nos desherede,
o, como un amo temible, irritado por nuestra maldad, nos entregue al castigo
eterno, como a servidores perversos que han rehusado seguirlo a la gloria.
Por lo tanto, despertémonos ya de una vez, obedientes a la
llamada que nos hace la Escritura: Ya es hora de despertarnos del sueño. Y, abiertos nuestros ojos a la luz divina, escuchemos bien atentos
la advertencia que nos hace cada día la voz de Dios: Si escucháis hoy su voz, no
endurezcáis el corazón; y
también: Quien tenga oídos,
oiga lo que dice el Espíritu a las Iglesias.
¿Y qué es lo que dice? Venid,
hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. Caminad mientras tenéis luz, antes que os
sorprendan las tinieblas de
la muerte.
Y el Señor, buscando entre la multitud de
los hombres a uno que realmente quisiera ser operario suyo, dirige a todos esta
invitación: ¿Hay alguien que
ame la vida y desee días de prosperidad? Y
si tú, al oír esta invitación, respondes: «Yo», entonces Dios te dice: «Si amas
la vida verdadera y eterna, guarda
tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien,
busca la paz y corre tras ella. Si así lo hacéis, mis ojos estarán sobre
vosotros y mis oídos atentos a vuestras plegarias; y, antes de
que me invoquéis, os diré: Aquí
estoy».
¿Qué hay para nosotros más dulce, hermanos muy amados, que esta voz del Señor
que nos invita? Ved cómo el Señor, con su amor paternal, nos muestra el camino
de la vida.
Ceñida,
pues, nuestra cintura con la fe y la práctica de las buenas obras, avancemos
por sus caminos, tomando por guía el Evangelio, para que alcancemos a ver a aquel que nos ha llamado a su reino.
Porque, si queremos tener nuestra morada en las estancias de su reino, hemos de
tener presente que para llegar allí hemos de caminar aprisa por el camino de
las buenas obras.
Así como hay un celo malo, lleno de
amargura, que separa de Dios y lleva al infierno, así también hay un celo
bueno, que separa de los vicios y lleva a Dios y a la vida eterna. Este es el
celo que han de practicar con ferviente amor…
De la Regla de san Benito (Prólogo, 4-22; cap. 72,1-12)
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