CARTA
PASTORAL ANTE LA SEMANA SANTA
Queridos
diocesanos:
Ante una de las crisis más duras de
cuantas ha padecido España a causa de la pandemia del Covid-19 os escribo para
compartir con vosotros el sentir de la Iglesia y el mío propio, unido a los
sentimientos de los sacerdotes con los que estoy en comunicación en todo
momento, y fortalecernos en la fe.
Quisiéramos
estar más cerca que nunca de quienes peor lo están pasando —que sin
duda son aquellas familias que sufren estos días la pérdida de un ser
querido, acrecentado aún más si no han podido despedirse de ello— y
acompañarlas en su sufrimiento…
La Cuaresma
que estamos viviendo está resultando una dura prueba que puede
llevarnos a la conversión en el seguimiento más radical de Cristo. La ceniza
sobre nuestras cabezas con que se inició esta peregrinación hacia la vida, en
la verdad de las cosas, nos recordaba la fugacidad de la existencia y la
inconsistencia de todo lo nuestro, pero también que bajo ciertas cenizas de la
amnesia de Dios contemporánea aún puede arder el rescoldo de una fe que, si
prende de nuevo, hará que arda de amor nuestro corazón para dar luz y calor al
mundo. Miremos de nuevo a Cristo que nos invita a profundizar en su amor y a
cargar la cruz. Estoy comprobando que en nuestro confinamiento cuaresmal
estamos reforzando la experiencia de la comunión de los santos y el firme
soporte para nuestra fe de las devociones piadosas más arraigadas, como el
Santo Rosario, el Vía Crucis, la Liturgia de las Horas, la meditación de la
Palabra de Dios…
Han quedado
patentes nuestros limites, nuestra fragilidad, que somos
caducos y débiles. A la vista están las dificultades para muchas familias,
especialmente para los ancianos, y para los más frágiles, pero el dolor, sin
embargo, nos une más. “El sufrimiento está presente en el mundo para provocar
amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo” (San Juan Pablo II, Salvifici
Doloris 30). Todo ello ha de ayudarnos a
acrecentar entre nosotros las obras concretas de la caridad, como nos ha
recordado el Papa Francisco. Vivamos intensamente en este momento crítico
la caridad entre nosotros en la convivencia del confinamiento
domiciliario, con una especial solicitud por los cercanos y vecinos que
necesiten consuelo y atención, cuidando especialmente a los enfermos…
Vivamos
ahora la Semana Santa acompañando a Cristo que sufre como
Siervo de Dios para cargar con nuestros pecados y dolencias y para
vencer la muerte en su triunfante Resurrección, por la
que nos hace partícipes de la vida eterna.
En nuestra situación actual entendemos mejor su Pasión, el desprecio y
la soledad que sufre el Señor, el abandono de los suyos, su entrega consciente
y ejemplar para vivir amando con coherencia. Miremos a al Señor Crucificado, a
quien otros años hemos contemplado piadosamente en las procesiones de nuestras
calles, pero que ahora prolonga su doliente presencia entre nosotros en medio
de los que sufren, y reclama nuestra ayuda como cireneos para soportar la cruz
y sentir más que nunca a su lado su peso extenuante. “Me amó y se entregó por
mi” (Gal 2,20). Son nuestros pecados los que le han crucificado. El, sin
embargo, cura nuestras heridas y nos responde con amor, abriendo un caudal de misericordia
de donde brota la salvación del mundo.
Os
recomiendo seguir las celebraciones de Semana Santa por los
medios de comunicación. Pero quisiera algo más: que el
impedimento doloroso de no participar comunitariamente no nos impida orar
profundamente unidos a toda la Iglesia que celebra el Misterio Pascual. Hacedlo
desde vuestra casa con piedad, evitad toda distracción, venerad alguna imagen o
estampa que tengáis de Cristo y de María. Siguiendo las indicaciones de la
Santa Sede los sacerdotes —cada uno según su prudente criterio pastoral, pero
siempre íntimamente unidos a vosotros— podrán celebrar sin que el pueblo esté
presente en el templo, incluso la Misa en la Cena del Señor. Sintámonos
fortalecidos como Iglesia. En las retransmisiones orad con devoción y responded
a los sacerdotes como si estuvieseis allí mismo en la iglesia. Gracias a ellos,
que os siguen acompañando muy de cerca, tendréis todo cuidado pastoral. Se lo
he agradecido personalmente y seguirán pendientes de cuánto necesitéis. Aprovechemos
este largo tiempo que hemos de compartir para leer juntos la Pasión del Señor,
o para participar a través de los medios de todo aquello que nos adentre en lo
que estamos celebrando…
Deseo de corazón que Cristo Resucitado nos
llene de su luz para hacer su voluntad y seguir su camino. Os pido
que intensifiquemos nuestra oración por los difuntos, por los enfermos, por el
personal sanitario, por todos los servidores públicos; por los sacerdotes,
consagrados, catequistas, familias y cuantos nos sostienen en la fe…
Imploremos
con toda Iglesia al Señor Crucificado y Resucitado para que la humanidad sea
liberada del flagelo de esta pandemia, e
invoquemos la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de
la Misericordia y Salud de los Enfermos, Auxilio de los Cristianos, Abogada
nuestra, para que socorra a la humanidad doliente y nos obtenga todo bien
necesario para nuestra salvación y santificación.
+ Rafael, Obispo de
Cádiz y Ceuta
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