«Y SE COMPADECIÓ, PORQUE ANDABAN COMO
OVEJAS SIN PASTOR»
Después de
la misión apostólica, en la que fueron enviados de dos en dos, Jesús se reúne con sus
apóstoles para revisar el apostolado que han realizado. Me imagino al grupo de los doce contando con euforia
al Maestro cómo les había ido, qué dificultades habían encontrado, qué
experiencias nuevas habían tenido, incluso la alegría de constatar que hasta
los demonios se les sometían al invocar el nombre de Jesús, como les sucedió al
otro grupo de los setenta y dos (cf Lc 10,17). En toda experiencia apostólica nueva, el gozo
consiste en constatar que Dios ha actuado por medio de nosotros, y nos llena de
asombro ver que Dios se fíe de nosotros, que Dios cuente con nosotros y que
nuestras pobres colaboraciones humanas produzcan un fruto divino.
Por eso, Jesús los invita a retirarse con él a un
lugar apartado, solitario, donde nadie pudiera distraerlos. El verano es tiempo propicio para el descanso, para
retirarse a lugares apropiados para esa revisión personal, para mayor y más
intensa oración, para planear el futuro. Los monasterios son lugares apropiados
y hacen este gran servicio a la Iglesia y a todos los que quieran acudir. Son
lugares de paz, de encuentro con el Señor, de quietud en medio del ajetreo. El
hecho de interrumpir el trabajo cotidiano ya sirve de descanso, y debemos
aprovecharlo para descansar con el Señor, para renovar fuerzas cara al futuro.
Uno no se retira para huir de nadie, y
menos aún de los problemas en los que se debate la gente. El profeta Jonás huyó
de la misión que Dios le encomendaba y las circunstancias adversas le
devolvieron a la realidad de la encomienda. Esa tentación la llevamos todos,
nos recuerda el Papa Francisco (Gaudete et exultate, 134). Hay veces que a uno le dan ganas de salir corriendo
no sé a dónde para olvidarse de todo. No es ese el retiro al que nos invita
Jesús. El retiro al que nos invita Jesús es a estar con él, llevando en
nuestras manos y en nuestra conversación la misión que él mismo nos ha
encomendado, y revisando con él cómo van las cosas, para volver a la
vida cotidiana con renovadas energías.
Y resulta
que cuando planeaban ese retiro, la gente salió a su encuentro en una
muchedumbre inmensa que buscaba a Jesús. Aunque muchos no lo sepan, esas idas y
venidas son para buscarle a él, porque sólo él puede compadecerse de todos.
“Jesús vio esa multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que
no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6,34). Es
impresionante esa mirada compasiva de Jesús. Su corazón se conmovió al ver a
tanta gente desamparada y se entretuvo para enseñarles.
Dios nos ha dado a Jesús como buen pastor, en contraste con tantos malos pastores, que buscan
sólo su interés o, peor aún, son lobos en lugar de pastores. Cómo necesitamos
en nuestros días buenos pastores. Pastores según el corazón de Cristo. Pidamos
al Señor que no nos falten pastores como él.
Cuál es la diferencia entre un pastor
bueno y un pastor malo. Un pastor bueno, al estilo de Jesús, conoce a sus ovejas y está
dispuesto a dar su vida por ellas, incluso cuando vienen las dificultades. Un pastor malo se toma la tarea como un oficio
cualquiera, y si vienen especiales dificultades, deja las ovejas y huye; y es
que a un asalariado no le importan las ovejas (cf Jn
10).
Pero incluso, hay pastores que, vestidos con túnica de pastor, son auténticos lobos. Estos nunca buscarán el bien de las ovejas, sino que al acercarse a ellas será para devorarlas y destrozarlas.
Recordando el estribillo que este domingo cantamos: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar…” pidamos insistentemente por la santidad de los pastores. Que tengan los mismos sentimientos de Cristo, que sientan verdadera compasión por el rebaño, que sean capaces de dar la vida por esas ovejas encomendadas, que nunca se aprovechen de ellas y -por el amor de Dios- que nunca sean lobos que destrocen las ovejas.
Pero incluso, hay pastores que, vestidos con túnica de pastor, son auténticos lobos. Estos nunca buscarán el bien de las ovejas, sino que al acercarse a ellas será para devorarlas y destrozarlas.
Recordando el estribillo que este domingo cantamos: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar…” pidamos insistentemente por la santidad de los pastores. Que tengan los mismos sentimientos de Cristo, que sientan verdadera compasión por el rebaño, que sean capaces de dar la vida por esas ovejas encomendadas, que nunca se aprovechen de ellas y -por el amor de Dios- que nunca sean lobos que destrocen las ovejas.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández - Obispo de
Córdoba
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