JULIO
2018
«Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la
flaqueza» (2 Co 12,9).
En su segunda carta a la comunidad de
Corinto, el apóstol Pablo se mide con unos cuantos que ponen en cuestión la
legitimidad de su actividad apostólica. Pero no se defiende enumerando sus
méritos y sus logros; al contrario, pone de manifiesto la obra que Dios ha
cumplido en él y a través de él.
Pablo alude a una
experiencia mística suya de profunda relación con Dios (cf. 2 Co 11, 1-7), pero para
compartir acto seguido su sufrimiento por una «espina» que lo atormenta. No
explica de qué se trata exactamente, pero se entiende que es una dificultad
grande que podría limitarlo en su tarea de evangelizador. Por ello, confiesa
haberle pedido a Dios que lo libere de ese impedimento. Pero la respuesta que
recibe del mismo Dios es perturbadora.
«Mi gracia
te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza»
Todos experimentamos continuamente las debilidades físicas,
psicológicas y espirituales nuestras y de los demás, y vemos a
nuestro alrededor una humanidad a menudo afligida y extraviada. Nos sentimos
débiles e incapaces de resolver esas dificultades, incluso de hacerles frente,
y como mucho nos limitamos a no hacer mal a nadie.
Sin embargo, esta experiencia de Pablo nos abre un horizonte nuevo:
reconociendo y aceptando nuestra debilidad, podemos abandonarnos plenamente en brazos del
Padre, que nos ama tal como somos y quiere ayudarnos en nuestro camino. Y de
hecho, más adelante en esta carta, afirma: «cuando soy débil, entonces es
cuando soy fuerte» (2 Co 12, 10).
A propósito de esto, Chiara Lubich
escribió: «[...] ante tal afirmación,
nuestra razón se rebela, pues hay una contradicción flagrante o simplemente una
audaz paradoja. En realidad
esta expresa una de las verdades más altas de la fe cristiana. Jesús nos la
explica con su vida y sobre todo con su muerte. ¿Cuándo cumplió la obra que el Padre le había
encomendado? ¿Cuándo redimió a la humanidad? ¿Cuándo venció al pecado? Cuando
murió en la cruz, reducido a nada, después de gritar: "Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?': Jesús fue más fuerte precisamente cuando era más
débil. Jesús habría podido dar origen al nuevo pueblo de Dios solo con su
predicación, o con más milagros, o con algún signo extraordinario. Pero no. No,
porque la Iglesia es obra de Dios, y es en el dolor -y solo en el dolor- donde
florecen las obras de Dios. Así pues, en
nuestra debilidad, en la
experiencia de nuestra fragilidad se esconde
una ocasión única: la de experimentar la fuerza de Cristo muerto y resucitado [...]»,
«Mi gracia
te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza»
Es la paradoja del Evangelio: a los mansos
se les promete en herencia la tierra (cf. Mt 5, 5); María exalta en el Magníficat (cf. Lc 1, 46-55) el poder del
Señor, que puede expresarse totalmente y definitivamente -en la historia
personal y en la historia de la humanidad- precisamente en el espacio de la
pequeñez y de la total
confianza en la acción de Dios.
Comentando esta experiencia de Pablo,
Chiara sugería además: «[...] la opción que los cristianos debemos hacer es de
signo absolutamente contrario a la que se hace normalmente. En esto vamos en
verdad a contracorriente. En general, el ideal de vida del mundo consiste en el
éxito, el poder, el prestigio... Pablo, al contrario, nos dice que hay que
gloriarse en la flaqueza [...] Fiémonos de
Dios. Él actuará sobre nuestra debilidad, sobre
nuestra nada. Y cuando Él actúa, podemos estar seguros de que realiza obras que
valen, que irradian un bien duradero y responden a las necesidades auténticas
de los individuos y de la colectividad».
Leticia
Magri
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