«DE DOS EN DOS LOS
ENVIÓ, DÁNDOLES AUTORIDAD»
En el Evangelio de este domingo, Jesús envía a sus
apóstoles de dos en dos para entrenarlos en la tarea de la evangelización. La pedagogía de Jesús es
impresionante. Habla con palabras de vida eterna, pero al mismo tiempo convive, tiene gestos, comparte con sus discípulos y les va
enseñando. Y en este envío de dos en dos, los envía de “prácticas”. Cuando
regresen, revisará con ellos cómo les ha ido y compartirán de nuevo el gozo del
Evangelio. Cuando Jesús ya haya sido elevado al cielo, ellos sabrán cómo actuar
y recordarán los consejos del Maestro, incluso en la manera de actuar. Ellos
irán con la autoridad de Jesús, con poder incluso de someter a los espíritus
inmundos.
En el envío, destaca la
pobreza de medios, “un bastón y nada más; ni
pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja… ni siquiera túnica de repuesto”.
Es llamativa esta insistencia de Jesús en la austeridad y en la pobreza para la
evangelización. El Evangelio va destinado a los pobres y ha de
realizarse en pobreza. Los poderosos, los ricos,
los que tienen medios no suelen estar disponibles para la salvación que viene
de Dios. Uno tiene
que pasar por situaciones de privación para sentirse necesitado, y ahí
necesitará a Dios. Cuando se emplean muchos
medios, la evangelización echa para atrás por sí misma, se convierte en un
contrasigno. La Iglesia tiene la preciosa tarea de la evangelización, es decir,
de anunciar a todos el amor de Dios, la redención de Cristo, el don del
Espíritu Santo. No prosperará en esta tarea si lo hace con prepotencia, con
muchos medios, sin austeridad ni pobreza. He aquí una clave del fruto
apostólico.
“De dos en dos”, es como la expresión
mínima de una comunidad. La evangelización no puede
hacerse como francotiradores, cada uno por su cuenta, cada uno en su “cortijo”
sin interesarle lo demás. La evangelización ha de hacerse en equipo, en
comunidad, de dos en dos. Dios no ha
querido salvarnos aisladamente, sino formando un pueblo, el Pueblo de Dios.
Salieron a predicar la conversión, pues la
evangelización que anuncia el amor de Dios lo primero que provoca es una
conversión del corazón, un acercamiento a ese Dios que nos ama tanto, un
reconocimiento de nuestros propios pecados y un deseo de cambiar a mejor,
ajustando nuestra vida a ese amor de Dios. Ahora bien, esta buena noticia no siempre encuentra
acogida. Hay muchos momentos que
suscita rechazo, incluso persecución al mensajero. La historia de la Iglesia está llena de mártires.
Jesús lo predice y nos invita a sacudir el
polvo de las sandalias para probar su culpa.
Pero
el evangelizador no se rinde. Sigue predicando la
conversión, expulsando demonios, ungiendo con el bálsamo del aceite, signo de
la suavidad de Dios y curando enfermedades. Eso es un misionero, el que va en
nombre de otro, el que se siente enviado para dar una buena noticia, el que
hace como Jesús, que se acerca a los pobres y los enfermos y los unge con el
bálsamo del amor de Dios.
El
misionero será buen misionero, si es buen discípulo. Si se ha puesto en la
escuela de Jesús para aprender de él su disciplina y su discipulado. Y un ben
discípulo no acaba de serlo hasta que no es misionero, porque ha de comunicar a
los demás lo que ha visto y oído, lo que ha experimentado. Hay, por tanto, una
circularidad, una correlación entre el discípulo y el misionero. A medida que
uno es misionero, aprende mejor las enseñanzas de Jesús y su manera de vivir. A
medida que uno es discípulo, aprende más a ser misionero, porque Jesús los
envió de dos en dos a predicar…
Recibid mi
afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba
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