TODOS LOS SANTOS Y DÍA DE LOS DIFUNTOS
… Las dos celebraciones nos
sitúan ante el misterio de la muerte y nos invitan a renovar nuestra fe y
esperanza en la vida eterna.
En la fiesta de Todos los Santos celebramos los
méritos de todos los santos. Eso significa sobretodo
celebrar los dones de Dios, las maravillas que Dios ha obrado en la vida de estas
personas, su
respuesta a la gracia de Dios, el
hecho de que seguir a Cristo con todas las consecuencias es posible. Una
multitud inmensa de santos canonizados y otros no canonizados. Ellos han llegado a la plenitud que Dios quiere para
todos. Celebramos y recordamos también la llamada universal a la santidad que
nos hace el Señor: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
En el Día de Difuntos, la
Iglesia nos invita a rezar por todos los difuntos, no sólo por los de la familia o los seres más
cercanos, sino por todos, incluyendo especialmente a
aquellos de los
que nadie hace memoria. La costumbre de orar por
los difuntos es tan antigua como la Iglesia, pero la fiesta litúrgica se
remonta al 2 de noviembre de 998 cuando fue instituida por san Odilón, monje
benedictino y quinto abad de Cluny en el sur de Francia. Roma adoptó esta
práctica en el siglo XIV y la fiesta se fue expandiendo por toda la Iglesia. En este día contemplamos el
misterio de la Resurrección de Cristo que abre para todos el camino de la resurrección futura.
En estos días, una de nuestras tradiciones
más arraigadas es la visita a los cementerios para cumplir con los familiares
difuntos. Momento de oración, momento para el recuerdo de los seres queridos
que nos han dejado, momento de reunión familiar…
Estas tradiciones y costumbres tan nuestras se ven
desde hace algún tiempo invadidas por las
que llegan de otros lugares, que son popularizadas por el cine y la televisión
y que parecen teñidas de superficialidad y consumismo. No es mi intención
minusvalorarlas, pero sería una lástima que un planteamiento meramente lúdico entre la broma y el
terror a base de calabazas, calaveras, brujas, fantasmas y otros seres
terroríficos, acabe desplazando las seculares tradiciones de nuestra tierra, más fundamentadas en la
convivencia y el encuentro festivo con la familia y los seres queridos; en la oración por nuestros
difuntos, y en la contemplación de Dios, el
Santo, que nos llama a la perfección.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa.
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