«QUE EL PRIMERO DE ENTRE VOSOTROS SEA
VUESTRO SERVIDOR»
El Señor siempre va al grano. El mayor encontronazo que se encontró el Señor fue con los fariseos, los de la autorreferencialidad, los que se presentaban delante de Dios con derechos y delante de la gente como modelos, como referencia para sus vidas: “Yo ayuno y doy limosnas”.
El fallo es
que todo lo hacen para “que los vea la gente”. Se han quedado siempre en la
religión de la exterioridad y no han dado el paso al corazón, al interior que
hay que cuidarlo para que dé frutos de caridad. Crecer por dentro para servir
por fuera.
Los
autorreferenciales son los fariseos y han existido y existirán siempre. Les
falta la profunda humildad de corazón. No dejan pasar la luz de Dios por sus
vidas porque no son transparentes, son opacos, no dejan que se vea en ellos la acción y
el Amor de Dios, se queda en su yo, en su autorefencialidad, en su hipocresía. Sustituyen
a Dios. No sólo no llaman sino que ocupan el puesto del Padre, del Maestro.
Excluyen a Dios porque su yo es el centro y a
los demás que los parta un rayo. No tienen otro Dios que su propio yo, hecho
norma de vida y juicio.
Al final,
el Señor acaba explicando en este pasaje que la clave es poner humildemente los
ojos en el Señor. En su forma de amar donde no hay egoísmo. El centro de la
vida cristiana es Jesús y en nosotros se debe vivir el olvido de sí que ni
olían los fariseos. En el fondo, la autorreferencialidad es la idolatría a uno
mismo que ocupa el puesto de Dios tratando de hacerle un favor al Señor. Siempre, el Señor nos remite a su Corazón manso y humilde. Su humildad
ni se inicia ni se consolida, en que llegue a una vida plena de santidad. Nos
quedamos en florituras, pero no se da fruto de vida, de caridad, de humildad.
No se llega a alcanzar la meta de nuestra vida cristiana ya que por el Bautismo
estamos todos llamados a la santidad, sin un vivir con los sentimientos del
Corazón de Cristo no existe ni inicio ni progreso en la santidad. Es necesario
volver, una y otra vez, a vencer la tentación farisaica de la “autorreferencialidad”
para adentrarse en el corazón manso y humilde de Jesús.
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