NOVIEMBRE 2017
«El mayor entre vosotros será vuestro servidor» (Mt 23,11).
Dirigiéndose a la muchedumbre que lo
seguía, Jesús
anunciaba la novedad del estilo de vida de quienes quieren ser sus discípulos, un estilo «a
contracorriente» con respecto a la mentalidad más difundida (cf. Mt 23,1-12).
En su tiempo, al igual que hoy, era común
hacer discursos moralistas y luego no vivir con coherencia, sino más bien
buscar para uno mismo puestos de prestigio social, modos de destacar y de servirse
de los demás para conseguir ventajas personales.
Jesús les pide a los suyos una lógica
completamente distinta en las relaciones con los demás; la que Él mismo vivió:
«El mayor entre vosotros será vuestro servidor»
En un encuentro con personas deseosas de
descubrir cómo vivir el Evangelio, Chiara Lubich compartió así su experiencia
espiritual:
«Debemos dirigir siempre la mirada al
único Padre de muchos hijos. Después, mirar a todas las criaturas como hijas
del único Padre... Jesús, modelo
nuestro, nos enseñó solo dos cosas, que son una: a ser hijos de un solo Padre y a ser
hermanos los unos de los otros... Así pues,
Dios nos llamaba a la fraternidad universal».
Aquí está la novedad: en amar a todos
como hizo Jesús, porque todos -tú, yo, cualquier persona en esta tierra- son
hijos de Dios, amados y esperados por Él desde siempre.
Así descubrimos que el hermano al que hay
que amar concretamente, con los músculos, es cada una de las personas que se
cruzan con nosotros cada día. Es mi padre, mi suegra, mi hijo pequeño o ese más
rebelde; el preso, el mendigo, el discapacitado; el jefe y la señora de la
limpieza; el compañero de partido y quien tiene ideas políticas distintas de
las mías; el que es de mi credo y cultura y también el extranjero.
La actitud propiamente cristiana para amar al hermano es servirle:
«El mayor entre vosotros será vuestro servidor»
Dice, también Chiara: «Aspirar
continuamente al primado evangélico poniéndonos lo más posible al servicio del
prójimo [...] Y ¿cuál es el
mejor modo de servir? Hacernos
uno con cada persona con que nos encontramos, sintiendo en nosotros sus
sentimientos: resolverlos como cosa nuestra, que hemos hecho
nuestra por amor [...] Es decir, dejar de
vivir replegados en nosotros mismos, procurar llevar sus pesos y compartir sus
alegrías».
Cualquier capacidad y cualidad positiva
que tengamos, todo aquello por lo que podríamos sentirnos «grandes», es una
oportunidad de servicio irrenunciable: la experiencia en el trabajo, la
sensibilidad artística, la cultura; así como la capacidad de sonreír y de hacer
reír; el tiempo que dedicamos a escuchar a alguien que duda o que sufre; las
energías de la juventud, como también la potencia de la oración cuando fallan
las fuerzas físicas.
«El mayor entre vosotros será vuestro servidor».
Y este amor evangélico desinteresado enciende antes o después en el
corazón del hermano el mismo deseo de compartir, renueva las relaciones en la familia, en la
parroquia, en los lugares de trabajo o de diversión, y sienta las bases de una nueva sociedad.
Cuenta Hermez, un adolescente de Oriente
Próximo: «Era domingo, y nada más despertarme le pedí a Jesús que me iluminase
para amar todo el día. Mis padres se habían ido a misa y se me ocurrió limpiar
y ordenar la casa. Procuré esmerarme en los detalles y ¡hasta puse flores en la
mesa! Luego preparé el desayuno disponiéndolo bien todo. Cuando volvieron mis
padres, se mostraron sorprendidos y felices. Aquel domingo desayunamos con una
alegría como nunca, dialogamos sobre muchas cosas, y pude compartir con ellos
los gestos de amor que había hecho durante toda la semana. Aquel pequeño acto
de amor le había dado el tono a un día espléndido».
Leticia Magri
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