MARZO: La Iglesia, (III)
En el número 752 del Catecismo leemos así sobre
el lenguaje cristiano acerca de la Iglesia:
En
el lenguaje cristiano, la palabra “Iglesia” designa no sólo la asamblea
litúrgica (1Co 11,18; 14,19.28.34-35), sino también la comunidad local (1Co 1,2; 16,1) o toda la comunidad universal de los
creyentes (1Co 15,9; Ga 1,13; Flp 3,6). Estas tres significaciones son inseparables de hecho. La “Iglesia”
es el pueblo que Dios reúne en el mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como
asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del
Cuerpo de Cristo y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo.
Quisiera partir de la relación íntima entre
Iglesia universal, Iglesia local y asamblea eucarística (o
litúrgica en general), para ofrecer algunas reflexiones y datos de cara a
nuestra contemplación y aprendizaje sobre la Iglesia.
El principio de la Iglesia es la Iglesia una y católica, ella no
nace de la suma de
las Iglesias locales, ni de las comunidades eucarísticas, como su unidad no es el fruto del acuerdo o
alianza entre comunidades locales o individuos. Pero toda comunidad local, que acoge la
fe, los sacramentos y la vida de la Iglesia universal, está llamada a llegar a
hacer presente y visible la gran
Iglesia en un lugar y entre unas gentes concretas (Vid CEC
835; más ampliamente, 830-838). Y esto se visibiliza en la asamblea
eucarística congregada ante el altar y presidida por el Sacerdote.
Iglesia y asamblea
eucarística
El concilio
Vaticano II ha destacado ampliamente esta relación entre la Iglesia y la
Liturgia:
Sacrosanctum concilium (=SC)
n. 2 - « la liturgia, por medio
de la cual “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el divino
sacrificio de la Eucaristía, contribuye mucho a que los fieles, en su vida,
expresen y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza
genuina de la verdadera Iglesia ».
En efecto, este precioso texto muestra la liturgia
como “obra” donde se construye la Iglesia (como afirma el adagio medieval recuperado por Henry de Lubac S.I., “la Eucaristía hace a la Iglesia”), es la
liturgia en cuanto fuente de
la vida y actividad de la Iglesia, algo sobre lo que el Concilio volverá a
insistir (Lumen Gentium = LG, 11). Pero también
podemos leer esta cita de SC 2 en sintonía con SC 41 que afirma: …
« Es necesario que todos concedan gran importancia a
la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia
catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia tiene
lugar en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las
mismas celebraciones litúrgicas, especialmente en la misma Eucaristía, en una
misma oración, junto a un único altar, que el obispo preside
rodeado por su presbiterio y sus ministros ».
Texto que conecta con todo el contenido de
LG 26. Estas enseñanzas conciliares nos llevan a descubrir en la celebración
litúrgica (en principio destinada a los fieles, vid. CEC 1118-1119) una
dimensión apologética, que
interpela a los no creyentes y les atrae por su belleza y verdad (la liturgia
ha sido muchas veces ocasión y detonante de conversiones).
Lumen Gentium (=LG)
n. 26 - «
El obispo, cualificado por la plenitud del sacramento del orden, es el
“administrador de la gracia del sumo sacerdocio”, sobre todo en la Eucaristía
que él mismo celebra o manda celebrar y por la que la Iglesia vive y se
desarrolla sin cesar »… « En toda comunidad en torno al altar, presidida por
el ministerio sagrado del obispo, se manifiesta el símbolo de aquel gran amor y
de “la unidad del Cuerpo místico sin la que no puede uno salvarse” ».
La realidad de la Iglesia
sería inabarcable, tanto por su extensión (catolicidad) como por su complejidad
interna (realidad divino-humana), pero en la celebración eucarística se deja
ver y se da a conocer. Pero este
ver la Iglesia en cada Eucaristía, singularmente en las presididas por un
Obispo, no es tan simple.
Hay que aprender a vivir la Eucaristía.
Comentando
más arriba el texto de SC 2 hemos señalado la capacidad de impresionar que
puede tener la liturgia, moviendo a algunas personas a llegar a hacerse
católicos. Pero la liturgia que puede provocar desde su verdad y belleza estos
efectos reclama por lo general para libar su fecundo y nutritivo néctar
una iniciación y formación.
Para que la Iglesia se auto-reconozca
celebrando y
madure y crezca en la sucesiva participación litúrgica fructuosa, se requieren actitudes y capacitación y
un saboreo orante de los dones y experiencias recibidas (Vid. SC 14c y 18-19).
En este punto la adoración eucarística puede
ayudar enormemente a este saboreo de las celebraciones.
Apoyada en la presencia real, sustancial y
permanente, se ve enriquecida enormemente por el saboreo de las lecturas de la Misa y por la consideración
de los textos o ritos empleados, que pueden contemplarse a la luz de la presencia real del Señor Jesús. De este modo la celebración nos ayuda a afianzar
nuestra identidad católica y
a transportarla a nuestra vida entera, para ayudar así eficazmente a que el
mundo crea.
Preguntas para el
diálogo y la meditación.
■ ¿Me he planteado alguna vez que el nivel de mi
participación en la Eucaristía es termómetro de mi nivel de adhesión a la
Iglesia?
■ ¿Qué hago para mejorar cada día la calidad de
mi participación en
la santa Misa? Formación, preparación, atención.
■ ¿Fomento y aporto lo que puedo para dignificar y
embellecer las celebraciones litúrgicas como epifanías del Misterio de la
Iglesia que tienen que ser? ¿Mis tiempos de adoración me ayudan a crecer en mi
adhesión a la Iglesia, su enseñanza y sus obras apostólicas?
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