«EL QUE BEBA DEL AGUA QUE YO LE DARÉ NUNCA MÁS TENDRÁ SED»
El tercer domingo de cuaresma es
el domingo de la Samaritana, el domingo de la sed de Cristo, el domingo en que
él quiere saciar nuestra sed con su agua, que es el Espíritu Santo. El agua del que habla el evangelio de san Juan se
refiere al Espíritu Santo. “De sus entrañas manarán torrentes de agua viva…
Esto lo decía del Espíritu Santo” (Jn 7,37-39).
También en este pasaje de la Samaritana, el agua que Jesús le ofrece es el
Espíritu Santo: “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de
beber, tú le pedirías y él te daría agua viva” (Jn 4,10).
Jesús ha venido a saciar nuestra sed, y
para ofrecernos su agua, se presenta ante la Samaritana junto al pozo de Sicar,
pidiéndole él a ella: “Dame de beber”.
Jesús entra en nuestras vidas de múltiples maneras, y muchas veces entra
reclamando nuestra atención a esas múltiples necesidades que padecen los que
están a nuestro alrededor, tras de las cuales se esconde él mismo como
necesitado. Cuál es nuestra sorpresa cuando, atendiendo a tantas necesidades
humanas, nos topamos con Jesús, porque él estaba ahí esperándonos.
La cuaresma es camino de preparación para la
Pascua, y la Pascua culmina con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Ese
mismo Espíritu Santo que brota del costado de Cristo, traspasado por la lanza, del que salió sangre y
agua. El mismo Espíritu que abrasa las entrañas de Cristo en la Cruz, hasta hacerle gritar: “Tengo sed” (Jn 19,28).
El Espíritu Santo que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y lo ha
inundado de gloria, en su alma y en su cuerpo. La cuaresma prepara nuestra alma para recibir el
don supremo del Espíritu Santo,
purificándonos de otros sucedáneos que no calman la sed. “El que bebe de esta
agua vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca más
tendrá sed”.
“Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (san Agustín). Este tiempo
santo quiere reorientar nuestra vida hacia Dios. Nadie podrá saciar nuestra sed
más que Cristo,
y hemos de examinar nuestro corazón para descubrir dónde bebemos y dónde
buscamos saciar nuestra sed. Es preciso corregir el rumbo, para que nuestro
caminar esté orientado hacia Dios.
Jesús conoce la vida de esta mujer de
moral disipada, y no le echa para atrás esa situación. Al contrario, la busca
premeditadamente. Era una mujer y además una mujer pecadora. Jesús supera estas
barreras sociológicas y religiosas de su época, porque ha venido a buscar a los
pecadores para introducirlos en la órbita del amor de Dios que redime. Y
entabla con ella un diálogo de salvación, se pone a su nivel pidiéndole agua,
para escucharla y poderle ofrecer de esta manera otro agua superior.
La escena evangélica de la Samaritana está
llena de misericordia por parte de Jesús, que no condena ni rechaza, sino que
invita y espera lo mejor de cada uno de nosotros. El tiempo de cuaresma es tiempo de gracia especial
para los pecadores, porque están llamados a encontrar el perdón de Dios que reoriente su vida. Cuando la Samaritana ha
experimentado este amor gratuito en su vida, se ha sentido conocida y saciada
por un amor que nunca había conocido. Es entonces cuando va a decirles a sus
paisanos que ha encontrado al Mesías, al salvador del mundo. Y es que el apostolado, o brota de esta
experiencia de un amor gratuito que se convierte en testimonio, o es simple
proselitismo que no convierte a nadie ni transforma la vida.
Preparemos la Pascua, el paso
del Señor por nuestra vida. Para ello nos acercamos a Cristo que nos pide de
beber para darnos él un agua que brota del corazón de Dios, el Espíritu Santo.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba
No hay comentarios:
Publicar un comentario