MARZO 2017
« ¡Reconciliaos con Dios! » (2 Co 5, 20).
En muchos lugares del planeta hay guerras sangrientas que parecen
interminables y que afectan a familias, tribus y pueblos. Gloria, de 20 años,
cuenta: «Nos enteramos de que habían quemado un pueblo y muchas personas se
habían quedado sin nada. Junto con mis amigos, organicé una recogida de cosas:
colchones, ropa, alimentos; fuimos allá, y tras 8 horas de viaje encontramos a
la gente destrozada. Escuchamos sus relatos, les secamos las lágrimas, los
abrazamos, los consolamos… Una familia nos confió: «Nuestra niña estaba en la
casa que nos quemaron y nos parecía haber muerto con ella. Ahora encontramos en
vuestro amor la fuerza de perdonar a los hombres que lo han provocado».
También el apóstol Pablo vivió su propia experiencia: precisamente él, el perseguidor de los
cristianos (cf. Hch 22, 4ss.), se encontró en su camino, de un modo
completamente inesperado, con el amor gratuito de Dios, quien luego lo envió como embajador de
reconciliación en su nombre (cf. 2 Co, 5, 20).
Así se convirtió en testigo apasionado y creíble del misterio de Jesús
muerto y resucitado, que ha reconciliado al mundo consigo para que todos puedan conocer y
experimentar la vida de comunión con Él y con los hermanos (cf. Ef 2,
13ss.). Y, a través de Pablo, el mensaje
evangélico llegó y fascinó incluso a los paganos, considerados los más alejados
de la salvación:
« ¡Reconciliaos con Dios! »
También nosotros, a pesar de errores que nos desaniman o de falsas certezas que nos
convencen de que no la necesitamos, podemos dejar que la misericordia de Dios –¡un
amor exagerado!– nos cure el corazón y nos haga por fin libres de compartir
este tesoro con los demás. Así contribuiremos al proyecto de paz que Dios tiene sobre toda la
humanidad y sobre la creación entera, y que supera las contradicciones de la
historia, como sugiere Chiara Lubich en un escrito suyo:
«[…] En la cruz, en la muerte de su Hijo, Dios nos dio la prueba suprema
de su amor. Por medio de la cruz de Cristo, Él nos ha
reconciliado con Él. Esta verdad fundamental de nuestra fe conserva hoy toda su actualidad. Es
la revelación que toda la humanidad espera: sí, Dios está cerca con su amor a
todos y ama apasionadamente a cada uno. Nuestro mundo necesita este anuncio,
pero lo podemos hacer si antes lo anunciamos una y otra vez a nosotros mismos,
para así sentirnos envueltos por este amor incluso cuando todo nos llevaría a
pensar lo contrario […] Todo nuestro comportamiento debería hacer
creíble esta verdad que anunciamos. Jesús dijo claramente que antes de llevar la ofrenda ante el altar
deberíamos reconciliarnos con una hermana o hermano nuestro si tienen algo
contra nosotros (cf. Mt 5, 23-24) […] Amémonos como Él nos amó, sin cerrazón ni prejuicios, sino abiertos
a acoger y apreciar los valores positivos de nuestro prójimo, dispuestos a dar
la vida unos por otros. Este es el mandato por excelencia de
Jesús, el distintivo de los cristianos, tan válido hoy como en los tiempos de los primeros seguidores de Cristo.
Vivir esta palabra significa convertirnos en reconciliadores»[1].
Viviendo así, enriqueceremos nuestros días con gestos de amistad y
reconciliación en nuestra familia y entre las familias, en nuestra Iglesia y
entre las Iglesias, en cualquier comunidad civil o religiosa a la que
pertenezcamos.
Leticia
Magri
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