Las obras de misericordia espirituales y
corporales.
(VIII)
Vemos grandes contenedores en diferentes lugares de la calle que
anuncian “Ropa y zapatos usados”. ¿Hemos dejado alguna vez en el contenedor de
la parroquia una bolsa con ropa que ya no utilizamos en casa, que está todavía
en buenas condiciones para poder ser usada por otras personas, a las que nunca
conoceremos, ni ellos nos conocerán a nosotros?
“Vestir
al desnudo”
¿Cómo podemos hoy vivir esta obra de
misericordia?, nos podemos preguntar, y la pregunta no
sería ociosa. ¿Un traje te está pequeño y no tienes hermanos que lo puedan
utilizar?, no lo tires a la basura. Llévalo a la parroquia y allí se lo darán a
alguien que lo necesite para vestir. Un traje, un vestido, ya ha pasado de
moda, pero la tela sigue en buen estado, haz lo mismo y habrás vestido a un
necesitado.
Y también
en estos casos, esa necesidad material, corporal, va unida a un deseo de
caridad mayor, que es el de vestir a las personas que nos rodean con
un poco de comprensión, de buen trato, de cercanía humana, de amor fraterno.
Todo lo que podamos hacer para mejorar
las condiciones de trabajo,
para que se viva la justicia en la retribución de los trabajos, para el
reconocimiento de los derechos de las personas, de todas las personas y desde su
concepción hasta su muerte natural, es vivir esta obra de misericordia.
“Vestir” dando sentido a la vida de quien vive el vacío del alma y considera “absurdo” el hecho de vivir, como sin duda hizo el buen samaritano con aquel hombre asaltado por los bandidos y abandonado a la vera del camino.
“Vestir” dando sentido a la vida de quien vive el vacío del alma y considera “absurdo” el hecho de vivir, como sin duda hizo el buen samaritano con aquel hombre asaltado por los bandidos y abandonado a la vera del camino.
El buen samaritano se preocupó del hombre que encontró medio muerto a la
vera del camino; se preocupó de cargarlo sobre su burro, de llevarlo a la
posada, de pagar al posadero para que cuidara de él. No se limitó a consolarlo
un poco, a darle una limosna, a decirle unas palabras de cariño.
¡Con qué agradecimiento aquel hombre se
habrá acordado toda su vida del “buen samaritano”! Y en su alma habrá surgido
también el anhelo de dar gracias a Dios por haber puesto a aquel samaritano en
su camino. Pidamos la gracia al Señor de ser nosotros alguna vez ese “buen
samaritano”.
“Redimir al cautivo”.
Aunque quisiéramos, no vamos a poder sacar
un preso de la cárcel. Si
acaso podríamos promover alguna acción legal para que alguien fuera liberado de
alguna pena que se le ha aplicado injustamente. O para que sea más humano el
trato que los presos reciben en las cárceles.
Sí podemos combatir, en cambio, leyes
injustas que castigan sin ningún
derecho a personas que realizan acciones buenas para el bien de los demás, y
para su propio bien, como puede ser la “objeción de conciencia” para no
realizar abortos, comercio de embriones, etc.
También
podemos liberar a un amigo de algún mal hábito, de alguna mala
costumbre. Por ejemplo: un
compañero que dice blasfemias, o miente mucho; o habla con frecuencia mal de
los demás: si le ayudamos a liberarse de esos malos hábitos, lo habremos
“redimido”. Y siempre que animamos a alguien a confesar sus pecados al Señor,
yendo al sacerdote, también lo “redimimos".
Por
desgracia, la esclavitud sigue vigente en muchas partes del mundo y, de vez en
cuando, salen noticias en los periódicos de la trata de bancas, de raptos de
niñas, etc. No podemos combatirla de la misma manera que obran los que la
promueven, con violencia y muerte; pero sí podemos hablar, protestar, convencer
para que llegue a desparecer plenamente algún día del planeta.
No nos
encontraremos nunca, seguramente, en la situación en la que se halló san
Maximiliano Kolbe en el campo de concentración, cuando decidió ofrecer su vida
por la de otro prisionero que iba a ser asesinado.
Un
buen número de “cautivos” de
nuestros días son las personas que, por un motivo u otro, han
caído en la droga, en el alcoholismo, en el juego de azar, en muchos otros
hábitos perniciosos
que destrozan su vida, y hacen muy difícil la vida de las personas que estén a
su cargo, y acaban deshaciendo a sus propias familias.
Para redimir a los cautivos hemos de dejar
nuestro egoísmo, no
preocuparnos sólo de nosotros mismos, y acordarnos de estas palabras de san
Josemaría:
“Tienes obligación de llegarte a los que
te rodean, de sacudirles de su modorra, de abrir horizontes diferentes y amplios a su
existencia aburguesada y egoísta, de complicarle santamente la vida, de
hacer que se olviden de sí mismos y que comprenden los problemas de los demás. Si no, no eres buen hermano de tus hermanos los
hombres, que están necesitados de ese “gaudium cum pace” -de esta alegría y
esta paz-, que quizá no conocen o han olvidado” (Forja, n. 900).
Cuestionario
■ ¿Paso de
largo, cierro los ojos, cuando veo alguna necesidad, pensando que no me
corresponde a mi resolver el problema?
■ ¿Me preocupo
de animar a un amigo para que ponga todos los medios a su alcance, para que
consiga abandonar un mal hábito adquirido: la droga, el alcohol, el juego.., y
vea la alegría de rehacer su vida?
■ ¿Animo a otras personas para que sean generosos, y
descubran la alegría de vivir las obras de caridad, de misericordia?
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