EL VINO DE LA VIDA
Hoy el Evangelio nos lleva de boda.
Será el primer signo de Jesús el que allí se ofrecerá.
S. Juan ofrece su relato evangélico desde el hilo conductor de la “hora”. Todo
cuanto él ha recogido sobre Jesús, tiene como finalidad llevar al lector a la
contemplación de la entrega suprema de Cristo, verdadera “hora” en la que el
Señor dará por terminado cuanto el Padre le había confiado: “todo se ha
cumplido” (Jn 19,30).
Por eso Jesús se resiste a que nadie modifique su “horario” redentor: se
explica así que en el relato de las Bodas de Caná, Jesús diga a su Madre: “mujer déjame, porque todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2,4).
No es un desprecio del Señor hacia María, sino una afirmación que El hace de la
absoluta primacía de las cosas de su Padre a las que se dedicará antes que a
nada.
Es la primera hora, anticipo de aquella postrera,
en la que María junto con Juan, volverá a aparecer en la escena de Jesús, en la
cual se dirigirá nuevamente a ella para llamarla con el mismo nombre: “mujer”, haciéndola “madre” de Juan y
de la nueva humanidad que nacerá cuando Jesús resucite el primer
día de la semana, es decir, también “tres días después” de aquella escena al
pie de la Cruz. María se da cuenta de una carencia: la del vino. Hace de su
descubrimiento una petición a su Hijo e invita a los sirvientes a escuchar esa
Palabra de Jesús: “Haced lo que El os diga”. Les propone lo que en el fondo ha
sido su vida desde que decidió que en ella se cumpliera los hablares de Dios:
“hágase en mí según tu Palabra”. Ella propone a los otros algo que no le es
extraño, que es la entraña de su actitud ante Dios.
¿Cuál
es el vino que nos falta en nuestro mundo? ¿El
vino de la paz, el de la ternura; el vino de la fe, de la esperanza y del amor;
el vino de la verdad...? Cuando faltan estos vinos, la vida se “avinagra”.
Surgen los intereses partidistas, los chanchullos económicos, las frivolidades
vacuas, la mentira como herramienta de comunicación, el relativismo moral, la
violencia y el terror.
María
vio la carencia en la boda, la hizo suya solidariamente, y se puso manos a la
obra. No se quedó en que relatar lo que sucede y lamentase
por lo que falta o va mal. Darse cuenta del “vino” que nos falta, arrimar el
hombro en lo que de nosotros depende, teniendo en la Palabra de Jesús nuestra
fuerza y nuestra luz. Esto
fue Caná. Esta fue María. Termina el Evangelio diciendo que “los discípulos creyeron en El” (Jn 2,11). El
final es que habiendo vino, hubo fiesta, y los discípulos viendo el signo, el
milagro, creyeron en Jesús. Sí, necesitamos milagros de “vino”; el mundo
necesita ver que los vinagres del absurdo se transforman en vino bueno y
generoso, el del amor y la esperanza, el que germina en fe. Hay un brindis
pendiente siempre. Que sea con vino como el de María en Caná.
+ Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo
de Oviedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario