MISERICORDIA ES DAR LA VIDA
“Nadie tiene mayor amor que el que da la
vida por los amigos” (Jn 15,13). Así lo hizo Jesús
muriendo por nosotros, así descubrimos su mayor misericordia.
Quien se sabe amado y quiere corresponder
a quien ama, le entrega su vida. “Obras son amores y no buenas razones”, dice el refrán. ¿Hasta dónde?
¿Cómo? La medida del amor es amar sin medida. La amistad es gratuidad, amor que
no pide nada a cambio, amor total.
El amor infinito de Dios cuando entra en
el mundo deja su rastro que es una entrega sin límite. “Jesús vivió su pasión y muerte, consciente del gran misterio del
amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz” (Misericordiae Vultus 7). “Como se puede notar, la misericordia en la Sagrada Escritura es
la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita
a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de
todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida
concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir
cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros” (id. 8). Así se explica que el amor
excesivo de Dios provoca en los que le aman el darse sin cálculos, sin
previsiones, sin buscar la paga. Este es el amor cristiano. Solamente así se comprende la
comunicación cristiana de bienes - como vemos en Cáritas y en tantas
asociaciones que favorecen a los pobres-, en ejemplos particulares que resultan
ser normales entre nosotros. Más aún, esta es la única explicación de los
millares y millares de hombres y mujeres que se consagran a Dios dejando sus
posesiones, sus familias y proyectos y se ponen al servicio de los más pobres
del mundo; pero también explica la fidelidad de los matrimonios, los que sufren
persecución, etc.
Sucede que el cristiano comprende que la
entrega del Hijo de Dios por amor es el único culto razonable posible. Jesús ha
inaugurado una nueva relación con Dios que deja atrás los sacrificios animales,
porque lo que Dios quiere y consigue es la religión del amor, una entrega de
corazón y por amor que es culto auténtico, el único valioso ante Dios.
Toda la vida es sagrada. Ha sido
santificada porque ha sido sacrificada pues el amor del Señor lo hace todo
sagrado (etimológicamente es “sacrum-fácere”), en cuanto que se ha ofrecido en
sacrificio. Así también nuestra vida
ofrecida en oblación es perfecta donación, es servicio y la mayor
misericordia, de inmenso valor para Dios y útil para el prójimo. Así lo
demostró el diácono San Esteban, el primer mártir que nos recuerda, inmediatamente
después de celebrar el Nacimiento de Jesús, que la vida sin Él no tiene sentido
y que se puede perder todo en esta vida menos su vida, pues es vivir para siempre,
es gloria eterna para el hombre.
Los mártires son siempre el
ejemplo del amor mayor, testigos inacabables de la misericordia infinita de Dios en el
mundo. También los niños mártires inocentes masacrados por la primera de las
persecuciones contra Jesús nos recuerdan la permanente batalla entre Dios y el
maligno, la luz y las tinieblas; que “vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Pero la palma del martirio
que abre paso a Jesús a su entrada en Jerusalén entre Hosannas es el símbolo de
la victoria de la resurrección y del triunfo de cuantos son fieles a Cristo a
lo largo de la historia, nuestros mejores hermanos, los auténticos testigos,
los amantes más desprendidos, los más misericordiosos.
“Este es el día del Señor, es el tiempo de la misericordia” (Sal 123). Este tiempo es hoy, pues
cada día actúa Dios y hoy debemos entregarle la vida. No nos faltan oportunidades
para ser sus testigos y mostrar a todos su amor, su infinita misericordia.
Dejémonos, pues, empapar por el agua y la sangre vivificante que brota del
Corazón de nuestro Redentor, Jesucristo, el Rey de la Gloria en el sacramento
del Bautismo y de la Eucaristía. Sí, las compuertas han sido abiertas para
todos los hombres, para cada hombre y para el conjunto de la creación. Recuerda
que hicimos profesión de fe renunciando al pecado y a las obras del maligno para
ser testigos de la verdad y el amor que no pasa, proclamando que vale la pena
amar hasta entregar la vida. Somos testigos de la Verdad, que es Amor Infinito.
Nuestro tesoro es la misericordia y estamos a su servicio. “Si no tengo amor no soy
nada” (cf1Cor 13).
+
Mons. D. Rafael Zornoza Boy
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