…Y ADORANDO QUEDÓ POSTRADO.
DE LA LEYENDA
EUCARÍSTICA DEL PANGE LINGUA
EL OFICIO DE ADORAR
Adorar equivale a orar
postrado. Y es tributo de fe, que, quien la tiene, se la reserva sólo a Dios. El Oficio de adorar inaugura sus prácticas
en la Nochebuena de Belén. San Pablo se lo escribió así a los Hebreos (1,6)
«Y otra vez, cuando introduce al Primogénito en la redondez de la tierra, dice:
Y "le adoren todos los Ángeles de Dios".»
Esto de «otra vez» quiere decir, que han
de adorarle ahora como Verbo Humanado en el Tiempo los mismos Ángeles, que le
venían adorando en su divina Eternidad, como Verbo del Padre.
Con lo que bien se echa de ver que las
adoraciones a Cristo Dios se inauguran en la misma Cuna de Belén de Judá. Y que
son los Ángeles de Dios los primeros en rendírselas en aquella feliz Noche, en
la que comenzó a «habitar entre nosotros». (Ev.
de San Juan, 1,14.)
Este
Oficio de adorar lo aprendieron los hombres de los Ángeles. Porque es Oficio,
que viene de arriba; y salta desde punto y hora en que el
Altísimo hizo la Luz, a cuyos vivos fulgores pudo ser vista la Omnipotencia del
Creador, ante el que se postró la Creación entera, y le adoró y le aclamó…
Todavía David, en el curso de los siglos,
ponía en las cuerdas de su arpa real éste anhelo de urgente efusión amorosa y
le decía al Señor: «Toda la tierra te adore y te cante…» (Salmo 65,4)
Pero
este Oficio de adorar ha de ser espontaneo en su modo e inteligente en su
causa. De estos dos modos de adorar son ejemplo permanente
los Pastores de Belén y los Magos de Arabia. Les bastó a los primeros el aviso
del Ángel para caer postrados ante el Niño-Dios a impulsos de su curiosidad
enardecida. Les sacó a los segundos de su país el cálculo racional, que les
brindaba una estrella nueva en el firmamento azul. Son estos los dos modos de
ejercer el Oficio de adorar: a plena luz de fe despierta, o en tributo justo de
razón iluminada.
Mejor le va al Oficio que se le junten los
dos modos en uno. Porque «los verdaderos adoradores adoran... en espíritu y en
verdad...» (Ev.
de. San- Juan, IV,23.)
Oficio
dice «dedicación, atención, consagración a un fin». No es acto; es hábito, que hace a quien le tiene digno de la
distinción que le procura. El Oficio de adorar madura la
condición cristiana del creyente que la ejerce; la ennoblece y la vivifica.
Si
el Oficio de adorar supone sacrificio personal, tanto más vale cuanto más
cuesta.
El «fiectamus genua» (arrodillaos),
al que el diácono de la Iglesia invita a los fieles en el rito penitencial,
seguido al minuto por el «levate» (levantaos)
de
la misma voz, es un ensayo piadoso ante la Cruz del Altar, de la postración
rendida a que se obliga de pura voluntad, y mediante juramento de Bandera, el Adorador nocturno de Jesús
Sacramentado, dobladas sus rodillas delante del Tabernáculo abierto
una noche y otras tantas más, ejerciendo
su Oficio transcendente, hasta que de los divinos labios invisibles de la
Hostia blanca salga el dulcísimo «levate», que le lleve a
seguir adorando a su Dios con los Ángeles del Cielo... El Oficio no se le
quita; se le cambia... Pero, ¡qué cambio, Santo Dios...!
CRUZ DE LA CRUZ, Adorador Nocturno Español (Madrid
1961)
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