MEDITACIONES SOBRE EL MISTERIO DE LA
VISITACIÓN
Hoy, con la liturgia, nos detenemos a meditar en el misterio de la
Visitación de la Virgen a santa Isabel. María, llevando en su seno a Jesús
recién concebido, va a casa de su anciana prima Isabel, a la que todos
consideraban estéril y que, en cambio, había llegado al sexto mes de una
gestación donada por Dios. Es una muchacha joven, pero no tiene miedo, porque
Dios está con ella, dentro de ella. En
cierto modo, podemos decir que su viaje fue la primera «procesión eucarística» de la historia. María,
sagrario vivo del Dios encarnado, es el Arca de la alianza, en la que el
Señor visitó y redimió a su pueblo. La presencia de Jesús la colma del Espíritu
Santo. Cuando entra en la casa de Isabel, su saludo rebosa de gracia: Juan
salta de alegría en el seno de su madre, como percibiendo la llegada de Aquel a
quien un día deberá anunciar a Israel. Exultan los hijos, exultan las madres.
Este encuentro, impregnado de la alegría del Espíritu, encuentra su expresión
en el cántico del Magníficat.
¿No es esta también la alegría
de la Iglesia, que acoge sin cesar a Cristo en la santa Eucaristía y lo lleva
al mundo con el testimonio de la caridad activa, llena de fe y de esperanza?
Sí, acoger a Jesús y llevarlo a los demás es la verdadera alegría del cristiano.
Queridos hermanos y hermanas, sigamos e imitemos a María, un alma profundamente
eucarística, y toda nuestra vida podrá transformarse en un Magníficat,
en una alabanza de Dios.
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