CRISTO, EL BUEN PASTOR
Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas, es decir, que las amo, y
las mías me conocen. Habla, pues, como si quisiera dar a entender a las
claras: «los que aman vienen tras de mí». Pues el que no ama la verdad es que
no la ha conocido todavía.
Acabáis de escuchar, queridos hermanos, el riesgo que corren los
pastores; calibrad también, en las palabras del Señor, el que corréis también
vosotros. Mirad si sois, en verdad, sus ovejas, si le conocéis, si habéis
alcanzado la luz de su verdad. Si le conocéis, digo, no sólo por la fe, sino
también por el amor; no sólo por la credulidad, sino también por las obras.
Porque el mismo Juan evangelista, que nos dice lo que acabamos de oír, añade
también: Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un
mentiroso. Por ello dice también el Señor en el texto que comentamos: Igual que el Padre me conoce y yo
conozco al Padre, yo doy mi vida por las ovejas. Como si dijera claramente:
«la prueba de que conozco al Padre y el Padre me conoce a mí está en que
entrego mi vida por mis ovejas; es decir, en la caridad con que muero por mis
ovejas, pongo de manifiesto mi amor por el Padre»
Y de nuevo vuelve a referirse a sus ovejas diciendo: Mis
ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la
vida eterna. Y un poco antes había dicho: Quien entre por mí se salvará, y
podrá entrar y salir, y encontrará pastos. O sea, tendrá acceso a la fe, y
pasará luego de la fe a la visión, de la credulidad a la contemplación, y
encontrara pastos en el eterno descanso.
Sus ovejas encuentran pastos, porque quienquiera que siga al Señor con
corazón sencillo se nutrirá con un alimento de eterno verdor. ¿Cuáles son, en
efecto, los pastos de estas ovejas, sino los gozos eternos de un paraíso
inmarchitable? Los pastos de los
elegidos son la visión del rostro de Dios, con cuya plena contemplación la
mente se sacia eternamente.
Busquemos, por tanto, hermanos queridísimos, estos pastos, en los que
podremos disfrutar en compañía de tan gran asamblea de santos. El mismo aire
festivo de los que ya se alegran allí nos invita. Levantemos, por tanto,
nuestros ánimos, hermanos; vuelva a enfervorizarse nuestra fe, ardan nuestros
anhelos por las cosas del cielo, porque amar de esta forma ya es ponerse en
camino. Que ninguna adversidad pueda
alejarnos del júbilo de la solemnidad interior, puesto que, cuando alguien
desea de verdad ir a un lugar, las asperezas del camino, cualesquiera que sean,
no pueden impedírselo. Que tampoco ninguna prosperidad, por
sugestiva que sea, nos seduzca, pues no deja de ser estúpido el caminante que,
ante el espectáculo de una campiña atractiva en medio de su viaje, se olvida de la meta a la que se dirigía.
San Gregorio Magno,
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