CREER EN DIOS Y CREER EN
JESÚS
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio del quinto domingo de Pascua (A) propone un doble mandamiento sobre la fe: creer
en Dios y creer en Jesús. En efecto, el Señor dice a sus discípulos: «Creed en Dios y creed también en mí» (Jn 14,1). No son dos actos separados,
sino un único acto de fe, la plena adhesión a la salvación llevada a cabo por
Dios Padre mediante su Hijo unigénito. El Nuevo Testamento puso fin a la invisibilidad
del Padre. Dios mostró su rostro, como confirma la respuesta de Jesús al
apóstol Felipe: «Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9).
El Hijo de Dios, con su encarnación, muerte y resurrección, nos libró de
la esclavitud del pecado para darnos la libertad de los hijos de Dios, y nos
dio a conocer el rostro de Dios, que es amor: Dios se puede ver, es visible en
Cristo. Santa Teresa de Ávila escribe que no hay que «apartarse de industria de
todo nuestro bien y remedio, que es la sacratísima humanidad de nuestro Señor
Jesucristo». Por tanto sólo creyendo en Cristo, permaneciendo unidos a él, los
discípulos, entre quienes estamos también nosotros, pueden continuar su acción
permanente en la historia: «En verdad, en verdad os digo -dice el Señor-: el
que cree en mí, también él hará las obras que yo hago» (Jn 14,12).
La fe en
Jesús conlleva seguirlo cada día, en las sencillas acciones que componen
nuestra jornada. «Es propio del misterio de Dios
actuar de manera discreta. Sólo poco a poco va construyendo su historia en la
gran historia de la humanidad. Se hace hombre, pero de tal modo que puede ser
ignorado por sus contemporáneos, por las fuerzas de renombre en la historia.
Padece y muere y, como Resucitado, quiere llegar a la humanidad solamente
mediante la fe de los suyos, a los que se manifiesta. No cesa de llamar con
suavidad a las puertas de nuestro corazón y, si le abrimos, nos hace lentamente
capaces de "ver"» (Jesús
de Nazaret II, Madrid
2011, p. 321). San Agustín afirma que «era necesario que Jesús dijese: "Yo soy el camino, la verdad y la
vida" (Jn 14,6), porque una
vez conocido el camino faltaba por conocer la meta», y la meta es el Padre. Para los cristianos, para cada uno de
nosotros, por tanto, el camino al Padre
es dejarse guiar por Jesús, por su palabra de Verdad, y acoger el don de su
Vida. Hagamos nuestra la invitación de san Buenaventura: «Abre, por tanto, los
ojos, tiende el oído espiritual, abre tus labios y dispón tu corazón, para que
en todas las criaturas puedas ver, escuchar, alabar, amar, venerar, glorificar
y honrar a tu Dios» (Itinerarium
mentis in Deum, I, 15).
Queridos
amigos, el compromiso de anunciar a Jesucristo, «el camino, la verdad y la
vida» (Jn 14,6), constituye la tarea
principal de la Iglesia. Invoquemos a la
Virgen María para que asista siempre a los pastores y a cuantos en los
diversos ministerios anuncian el alegre mensaje de salvación, para que la
Palabra de Dios se difunda y el número de los discípulos se multiplique.
Benedicto XVI, pp emérito
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