Dispongamos el corazón
para la pascua
MI MENSAJE A
LAS PUERTAS DE LA SEMANA
SANTA
Entramos en esta Semana que llamamos
Santa. La Semana Santa está
consagrada al recuerdo de la Pasión y
Resurrección del Señor, dos hechos inseparables.
Comenzamos pasando por
ese pórtico que es el Domingo de
Ramos,
recordando el misterio del Hijo de Dios, que sigue siendo el que viene en nombre del Señor, y quiere hacernos
entrar con Él en la Jerusalén Celestial, acompañándole en la Pascua de la
muerte y de la Resurrección. La Semana Santa es el fin de un recorrido, el
momento culminante de nuestra peregrinación anual, por lo que estos días nos
mueven a la contemplación, al agradecimiento y a la conversión.
El jueves Santo se
inscribe no en el pasado de aquel año en que Jesús murió, sino en la perenne presencia del misterio
de la Última Cena que da
sentido a nuestra vida. Jesús nos dejó en ella tres regalos: el primero la Eucaristía, donde el pan y el vino
en sus manos se nos dan como cuerpo y sangre suyos, memorial de su pasión y por
lo tanto presencia suya, ofrenda sacrificial y banquete de comunión. Cristo no
se ha quedado en el pasado, sino que en el presente, es compañía perenne de
nuestro camino. El segundo, el sacerdocio Jesús donde constituyó
sacerdotes a los apóstoles, los capacitó para hacer presente el misterio mismo
de la pascua suya: Haced esto como memorial mío.
Y finalmente el mandamiento nuevo del amor, tan original y típicamente
suyo que le dio la medida máxima, hasta dar la vida por nosotros. Cada Jueves
Santo se estremece la Iglesia ante el misterio del don y la inmensa
responsabilidad de responder al sacrificio de Cristo.
La tarde del Viernes Santo presenta el
drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz
erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.
señalando con sus cuatro brazos las dimensiones del universo, como si todo el
cielo y la tierra se concentrara allí donde en Cristo todo se junta y se
reconcilia. ¡Fulget
crucis mysterium! Brilla el misterio de la cruz [...] Y María estaba
allí,
junto a la Cruz, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz
de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con el dolor que la fecunda
[…]
En el Sábado
Santo nos llena un gran silencio, porque el rey
duerme. La Tierra está temerosa y sobrecogida, porque Dios se ha dormido en la
carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la
carne y ha puesto en conmoción al abismo. La Iglesia permanece junto al
Sepulcro del Señor, conmovida, en oración.
La feliz conclusión del drama de la
Pasión viene con la alegría inmensa que sigue al dolor: la Resurrección del Señor. Pero dolor y
gozo se funden pues se refieren en la historia, al acontecimiento más
importante de la humanidad: el rescate por el Hijo de Dios del pecado original.
La fiesta de Pascua es,
ante todo la celebración del acontecimiento clave de la humanidad, la
resurrección de Jesús después de su muerte, consentida por Él para rescatar y
rehabilitar al hombre caído […] Dejemos que el Señor, por medio del Espíritu
Santo, actualice en nosotros la grandeza de los misterios que celebramos. La obra redentora de Cristo no se
acaba con su muerte, sino que se prolonga con la victoria de la resurrección. La Pasión del
Señor es el camino que conduce a su triunfo. Pero debemos disponer el corazón
haciendo oración, participando en la liturgia, impregnándonos de la
misericordia de Dios, reconociéndonos pecadores pero también infinitamente
amados por el Señor. Sin duda proclamaremos convencidos y colmados de gozo, al
final, el Aleluya de la
Resurrección.
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